25/4/09

CHARLES BAUDELAIRE * POEMAS EN PROSA

POEMAS EN PROSA
CHARLES BAUDELAIRE


- I -

El extranjero
-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las nubes maravillosas!

- II -

La desesperación de
la vieja
La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.
Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.
Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.
Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»

- III -

El «yo pecador» del artista
¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.
¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.
Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.
Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.

- IV -

Un gracioso
Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, centelleante de juguetes y de bombones, hormigueante de codicia y desesperación; delirio oficial de una ciudad grande, hecho para perturbar el cerebro del solitario más fuerte.
Entre todo aquel barullo y estruendo trotaba un asno vivamente, arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.
Cuando el burro iba a volver la esquina de una acera, un señorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo, se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal, y le dijo, quitándose el sombrero: «¡Se lo deseo bueno y feliz!» Volviose después con aire fatuo no sé a qué camaradas suyos, como para rogarles que añadieran aprobación a su contento.
El asno, sin ver al gracioso, siguió corriendo con celo hacia donde le llamaba el deber.
A mí me acometió súbitamente una rabia inconmensurable contra aquel magnífico imbécil, que me pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia.

- V -

La estancia doble
Una estancia parecida a una divagación, una estancia verdaderamente espiritual, de atmósfera quieta y teñida levemente de rosa y azul.
Toma en ella el alma un baño de pereza aromado de pesar y de deseo. Es algo crepuscular, azulado, róseo; un ensueño de placer durante un eclipse.
Tienen los muebles formas alargadas, postradas, languidecentes. Tienen los muebles aire de soñar; creeríaselos dotados de vida sonambulesca, como vegetales y minerales. Hablan las telas una lengua muda, como las flores, como los cielos, como las puestas de Sol.
Ninguna abominación artística en las paredes. En relación con el sueño puro, con la impresión no analizada, el arte definido, el arte positivo, es blasfemia. Aquí todo tiene la suficiente claridad, la deliciosa obscuridad de la armonía.
Un olor infinitesimal, exquisitamente elegido, al que se mezcla una levísima humedad, nada en la atmósfera, donde mecen al espíritu adormilado sensaciones de invernadero.
Llueve abundante muselina delante de las ventanas y delante del lecho; derramase en cascadas nivosas. En el lecho está acostado el Ídolo, la soberana de los ensueños. Pero ¿cómo está aquí? ¿Quién la trajo? ¿Qué virtud mágica la instaló en este trono de ensueño y de placer? ¿Qué importa? ¡Ahí está! La reconozco.
Esos son los ojos cuya llama atraviesa el crepúsculo, miras sutiles y tremendas que reconozco en su malicia espantosa. Atraen, subyugan, devoran las miradas del imprudente que las contempla. A menudo estudió esas estrellas negras que imponen curiosidad y admiración.
¿A qué demonio benévolo debo hallarme así, rodeado de misterio, de silencio, de paz y de perfumes? ¡Oh beatitud! Lo que solemos llamar vida, aun en su más dichosa expansión, nada tiene de común con la vida suprema, que ahora conozco y saboreo de minuto en minuto, de segundo en segundo.
¡No! ¡Ya no hay minutos, ya no hay segundos! Desapareció el tiempo; reina la Eternidad, una eternidad de delicias.
Pero un golpe terrible, pesado, resonó en la puerta, y, como en sueños infernales, me ha parecido recibir un golpe de azadón en el estómago.
Luego ha entrado un espectro. Es un alguacil que viene a torturarme en nombre de la ley, una infame concubina que viene a dar gritos de miseria y a echar las liviandades de su existencia sobre los dolores de la mía, o el ordenanza de un director de periódico que viene a pedir más original.
La estancia paradisíaca, el ídolo, la soberana de los ensueños, la Sílfide, como decía Renato el grande, toda aquella magia desapareció al golpe brutal del espectro.
¡Horror! ¡Ya recuerdo!, ¡ya recuerdo! ¡Sí! Este desván, esta morada del Eterno hastío, es la mía. ¡Estos son los muebles necios, polvorientos, descantillados; la chimenea sin llama y sin ascua, mancillada por los escupitajos; las tristes ventanas llenas de polvo en que trazó surcos la lluvia; los manuscritos llenos de tachones, sin concluir; el calendario en que el lápiz marcó las fechas siniestras!
Y este perfume de otro mundo, del que me embriagué con sensibilidad perfeccionada, ¡ay!, reemplazado está por un fétido olor a tabaco, mezclado con no sé que nauseabundo moho. Aquí se respira ahora lo rancio de la desolación.
En este mundo estrecho, pero tan henchido de repugnancia, sólo un objeto conocido me sonríe: la ampolla de láudano, vieja y terrible amiga, como todas las amigas; ¡ay!, fecunda en caricias y traiciones.
¡Ah, sí! El tiempo reapareció; el tiempo reina ya como soberano; y con el horrible viejo volvió todo su acompañamiento de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis.
Os aseguro que ahora los segundos están acentuados fuerte y solemnemente; que cada uno al saltar del reloj dice: «¡Soy la Vida, la insoportable, la implacable Vida!»
No hay más que un segundo en la vida humana que tenga por misión el anuncio de una buena nueva, la buena nueva que a todos los causa inexplicable miedo.
¡Sí!, el Tiempo reina; ha recobrado la dictadura brutal. Me azuza como a un buey, con su doble aguijón: «¡Arre, borrico! ¡Suda, esclavo! ¡Vive condenado!»

- VI -

Cada cual, con su quimera
Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.
Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.
Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.
Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.
Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.
Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.

VII

El loco y la Venus
¡Qué admirable día! El vasto parque desmaya ante la mirada abrasadora del Sol, como la juventud bajo el dominio del Amor.
El éxtasis universal de las cosas no se expresa por ruido ninguno; las mismas aguas están como dormidas. Harto diferente de las fiestas humanas, ésta es una orgía silenciosa.
Diríase que una luz siempre en aumento da a las cosas un centelleo cada vez mayor; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los levanta hacia el astro como humaredas.

Pero entre el goce universal he visto un ser afligido.
A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios que se encargan de hacer reír a los reyes cuando el remordimiento o el hastío los obsesiona, emperejilado con un traje brillante y ridículo, con tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado junto al pedestal, levanta los ojos arrasados en lágrimas hacia la inmortal diosa.
Y dicen sus ojos: Soy el último, el más solitario de los seres humanos, privado de amor y de amistad; soy inferior en mucho al animal más imperfecto. Hecho estoy, sin embargo, yo también, para comprender y sentir la inmortal belleza. ¡Ay! ¡Diosa! ¡Tened piedad de mi tristeza y de mi delirio!»
Pero la Venus implacable mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol.

VIII

El perro y el frasco
-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.
Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
-¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

IX

El mal vidriero
Hay naturalezas puramente contemplativas, impropias totalmente para la acción, que, sin embargo, merced a un impulso misterioso y desconocido, actúan en ocasiones con rapidez de que se hubieran creído incapaces.
El que, temeroso de que el portero le dé una noticia triste, se pasa una hora rondando su puerta sin atreverse a volver a casa; el que conserva quince días una carta sin abrirla o no se resigna hasta pasados seis meses a dar un paso necesario desde un año antes, llegan a sentirse alguna vez precipitados bruscamente a la acción por una fuerza irresistible, como la flecha de un arco. El moralista y el médico, que pretenden saberlo todo, no pueden explicarse de dónde les viene a las almas perezosas y voluptuosas tan súbita y loca energía, y cómo, incapaces de llevar a término lo más sencillo y necesario, hallan en determinado momento un valor de lujo para ejecutar los actos más absurdos y aun los más peligrosos.
Un amigo mío, el más inofensivo soñador que haya existido jamás, prendió una vez fuego a un bosque, para ver, según decía, si el fuego se propagaba con tanta facilidad como suele afirmarse. Diez veces seguidas fracasó el experimento; pero a la undécima hubo de salir demasiado bien.
Otro encenderá un cigarro junto a un barril de pólvora, para ver, para saber, para tentar al destino, para forzarse a una prueba de energía, para dárselas de jugador, para conocer los placeres de la ansiedad, por nada, por capricho, por falta de quehacer.
Es una especie de energía que mana del aburrimiento y de la divagación; y aquellos en quien tan francamente se manifiesta suelen ser, como dije, las criaturas más indolentes, las más soñadoras.
Otro, tímido hasta el punto de bajar los ojos aun ante la mirada de los hombres, hasta el punto de tener que echar mano de toda su pobre voluntad para entrar en un café o pasar por la taquilla de un teatro, en que los taquilleros le parecen investidos de una majestad de Minos, Eaco y Radamanto, echará bruscamente los brazos al cuello a un anciano que pase junto a él, y le besará con entusiasmo delante del gentío asombrado...
¿Por qué? ¿Por qué..., porque aquella fisonomía le fue irresistiblemente simpática? Quizá; pero es más legítimo suponer que ni él mismo sabe por qué.
Más de una vez he sido yo víctima de ataques e impulsos semejantes, que nos autorizan a creer que unos demonios maliciosos se nos meten dentro y nos mandan hacer, sin que nos demos cuenta, sus más absurdas voluntades.
Una mañana me levanté desapacible, triste, cansado de ocio y movido, según me parecía, a llevar a cabo algo grande, una acción de brillo. Abrí la ventana. ¡Ay de mí!
(Observad, os lo ruego, que el espíritu de mixtificación, que en ciertas personas no es resultante de trabajo o combinación alguna, sino de inspiración fortuita, participa en mucho, aunque sólo sea por el ardor del deseo, del humor, histérico al decir de los médicos, satánico según los que piensan un poco mejor que los médicos, que nos mueve sin resistencia a multitud de acciones peligrosas e inconvenientes.)
La primera persona que vi en la calle fue un vidriero, cuyo pregón, penetrante, discordante, subió hacia mí a través de la densa y sucia atmósfera parisiense. Imposible me sería, por lo demás, decir por qué me acometió, para con aquel pobre hombre, un odio tan súbito como despótico.
«¡Eh, eh!» -le grité que subiese-. Entretanto reflexionaba, no sin cierta alegría, que, como el cuarto estaba en el sexto piso y la escalera era harto estrecha, el hombre haría su ascensión no sin trabajo y darían más de un tropezón las puntas de su frágil mercancía.
Presentose al cabo: examiné curiosamente todos sus vidrios y le dije: «¿Cómo? ¿No tiene cristales de colores? ¿Cristales rosa, rojos, azules; cristales mágicos, cristales de paraíso? ¿Habrá imprudencia? ¿Y se atreve a pasear por los barrios pobres sin tener siquiera cristales que hagan ver la vida bella? Y le empujé vivamente a la escalera, donde, gruñendo, dio un traspiés.
Me llegué al balcón y me apoderé de una maceta chica, y cuando él salió del portal dejé caer perpendicularmente mi máquina de guerra encima del borde posterior de sus ganchos, y, derribado por el choque, se le acabó de romper bajo las espaldas toda su mezquina mercancía ambulante, con el estallido de un palacio de cristal partido por el rayo.
Y embriagado por mi locura, le grité furioso: «¡La vida bella, la vida bella!»
Tales chanzas nerviosas no dejan de tener peligro y suelen pagarse caras. Pero ¡qué le importa la condenación eterna a quien halló en un segundo lo infinito del goce!

- X -

A la una de la mañana
¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. ¡Por fin desapareció la tiranía del rostro humano, y ya sólo por mí sufriré!
¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo.
¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemos el día: ver a varios hombres de letras, uno de los cuales me preguntó si se puede ir a Rusia por vía de tierra -sin duda tomaba por isla a Rusia-; disputar generosamente con el director de una revista, que, a cada objeción, contestaba: «Este es el partido de los hombres honrados»; lo cual implica que los demás periódicos están redactados por bribones; saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa de cierta corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al director de un teatro, para que, al despedirme, me diga: «Quizá lo acierte dirigiéndose a Z...; es, de todos mis autores, el más pesado, el más tonto y el más célebre; con él podría usted conseguir algo. Háblele, y allá veremos»; alabarme -¿por qué?- de varias acciones feas que jamás cometí y negar cobardemente algunas otras fechorías que llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación por escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó?
Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios mío, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio.

- XI -

La «mujer salvaje» y la queridita
«En verdad, querida, me molestáis sin tasa y compasión; diríase, al oíros suspirar, que padecéis más que las espigadoras sexagenarias y las viejas pordioseras que van recogiendo mendrugos de pan a las puertas de las tabernas.
Si vuestros suspiros expresaran siquiera remordimiento, algún honor os harían; pero no traducen sino la saciedad del bienestar y el agobio del descanso. Y, además, no cesáis de verteros en palabras inútiles: ¡Quiéreme! ¡Lo necesito «tanto»! ¡Consuélame por aquí, acaríciame por «allá»! Mirad: voy a intentar curaros; quizá por dos sueldos encontremos el modo, en mitad de una fiesta y sin alejarnos mucho.
«Contemplemos bien, os lo ruego, esta sólida jaula de hierro tras de la cual se agita, aullando como un condenado, sacudiendo los barrotes como un orangután exasperado por el destierro, imitando a la perfección ya los brincos circulares del tigre, ya los estúpidos balanceos del oso blanco, ese monstruo hirsuto cuya forma imita asaz vagamente la vuestra.
«Ese monstruo es un animal de aquellos a quienes se suelen llamar «¡ángel mío!», es decir, una mujer. El monstruo aquél, el que grita a voz en cuello, con un garrote en la mano, es su marido. Ha encadenado a su mujer legítima como a un animal, y la va enseñando por las barriadas, los días de feria, con licencia de los magistrados; no faltaba más.
¡Fijaos bien! Veis con qué veracidad -¡acaso no simulada!- destroza conejos vivos y volátiles chillones, que su cornac le arroja. «Vaya -dice éste-, no hay que comérselo todo en un día»; y tras las prudentes palabras le arranca cruelmente la presa, dejando un instante prendida la madeja de los desperdicios a los dientes de la bestia feroz, quiero decir de la mujer.
¡Ea!, un palo para calmarla; porque está flechando con ojos terribles de codicia el alimento arrebatado. ¡Dios eterno! El garrote no es garrote de comedia. ¿Oísteis sonar la carne, a pesar de la pelambrera postiza? Por eso ahora se le saltan los ojos de la cabeza y aúlla muy naturalmente. En su rabia, centellea toda, como hierro en el yunque.
¡Tales son las costumbres conyugales de estos dos descendientes de Eva y de Adán, obras de vuestras manos, Dios mío! Incontestablemente, desdichada es esta mujer, aunque, en último término, quizá los goces titilantes de la gloria no lo sean desconocidos. Desdichas más irremediables hay que no tienen compensación. Pero en el mundo adonde la arrojaron, nunca pudo ella pensar que una mujer mereciera otro destino.
¡Hablemos ahora vos y yo, preciosa querida! A la vista de los infiernos que pueblan el mundo, ¿qué he de pensar yo de vuestro lindo infierno, si vos no descansáis más que sobre telas tan suaves como vuestra piel, y sólo coméis carnes cocidas, cuyos pedazos se cuida de trinchar un doméstico hábil?
¿Y qué pueden significar para mí todos esos suspirillos que os hinchan el pecho perfumado, robusta coqueta? ¿Y todas esas afectaciones aprendidas en los libros, y esa infatigable melancolía, hecha para inspirar a los espectadores un sentimiento en todo distinto de la compasión? A la verdad, me entran ganas algunas veces de enseñaros lo que es la verdadera desdicha.
Viéndoos así, hermosa delicada mía, con los pies en el fango, vueltos vaporosamente los ojos al cielo, como para pedirle rey, se os tomara con verosimilitud por una rana joven invocando al ideal. Si despreciáis la viga -lo que yo soy ahora, como sabéis-, cuidado con la grúa que ha de mascaros, tragaros y mataros a su gusto.
Por poeta que sea, no soy tan cándido como quisierais creer, y si harto a menudo me cansáis con vuestros primorosos lloriqueos, he de trataros como a mujer salvaje, o arrojaros por la ventana como botella vacía.»

- XII -

Las muchedumbres
No a todos les es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio y la pasión del viaje.
Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. El que no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en una muchedumbre atareada.
Goza el poeta del incomparable privilegio de poder a su guisa ser él y ser otros. Como las almas errantes en busca de cuerpo, entra cuando quiere en la persona de cada cual. Sólo para él está todo vacante; y si ciertos lugares parecen cerrársele, será que a sus ojos no valen la pena de una visita.
El paseante solitario y pensativo saca una embriaguez singular de esta universal comunión. El que fácilmente se desposa con la muchedumbre, conoce placeres febriles, de que estarán eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, interno como un molusco. Adopta por suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le ofrecen.
Lo que llaman amor los hombres es sobrado pequeño, sobrado restringido y débil, comparado con esta inefable orgía, con esta santa prostitución del alma, que se da toda ella, poesía y caridad, a lo imprevisto que se revela, a lo desconocido que pasa.
Bueno es decir alguna vez a los venturosos de este mundo, aunque sólo sea para humillar un instante su orgullo necio, que hay venturas superiores a la suya, más vastas y más refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros, desterrados en la externidad del mundo, conocen, sin duda, algo de estas misteriosas embriagueces; y en el seno de la vasta familia que su genio se formó, alguna vez han de reírse de los que les compadecen por su fortuna, tan agitada, y por su vida, tan casta.

- XIII -

Las viudas
Dice Vauvenargues que en los jardines públicos hay paseos frecuentados principalmente por la ambición venida a menos, por los inventores desgraciados, por las glorias abortadas, por los corazones rotos, por todas esas almas temblorosas y cerradas en que rugen todavía los últimos suspiros de una tempestad, que se alejan de la insolente mirada de los satisfechos y de los ociosos. En estos refugios umbríos se dan cita los lisiados por la vida.
A esos lugares, sobre todo, gustan el poeta y el filósofo de dirigir sus ávidas conjeturas. Pasto cierto hay en ellos. Porque si algún paraje desdeñan visitar, es, sobre todo, como insinué hace un momento, la alegría de los ricos. Tal turbulencia en el vacío nada tiene que les atraiga. Por el contrario, siéntense irresistiblemente arrastrados hacia todo lo débil, lo arruinado, lo contristado, lo huérfano.
Una mirada experta nunca se engaña. En esas facciones rígidas o abatidas, en esos ojos hundidos y empañados o brillantes con los últimos fulgores de la lucha, en esas arrugas hondas y múltiples, en ese andar tan lento o tan brusco, al instante descifra las innumerables leyendas del amor engañado, de la abnegación incomprendida, de los esfuerzos sin recompensa, del hambre y del frío soportados humilde y silenciosamente.
¿Visteis alguna vez en esos bancos solitarios viudas pobres? Enlutadas o no, fácil es conocerlas. Además, siempre hay en el luto del pobre algo a faltar, una ausencia de armonía que le infunde mayor desconsuelo. Se ve obligado a escatimar en su dolor. El rico lleva el suyo de bote en bote.
¿Qué viuda es más triste y entristecedora, la que tira de la mano de un niño, con el que no puede compartir su divagación, o la que está sola del todo? No sé... Una vez llegué a seguir durante largas horas a una vieja afligida de tal especie; tiesa, erguida, con un corto chal gastado, llevaba en todo su ser una altanería de estoica.
Estaba evidentemente condenada por una soledad absoluta a los hábitos de un solterón, y el carácter masculino de sus costumbres ponía una sazón misteriosa en su austeridad. No sé en qué café miserable ni de qué manera almorzó. La seguí al gabinete de lectura y la espié mucho tiempo, mientras que buscaba en las gacetas con ojos activos, quemados tiempo atrás por las lágrimas, noticias de interés poderoso y personal.
Al cabo, por la tarde, bajo un cielo de otoño encantador, uno de esos cielos de que bajan en muchedumbre pesares y recuerdos, sentose aparte en un jardín, para escuchar, lejos del gentío, un concierto de esos con que la música de los regimientos regala al pueblo parisiense.
Aquel era, sin duda, el exceso de la vieja inocente -o de la vieja purificada-, el bien ganado consuelo de uno de esos pesados días sin amigo, sin charla, sin alegría, sin confidente, que Dios dejaba caer sobre ella, quizá desde muchos años antes, trescientas sesenta y cinco veces al año.
Otra más:
Nunca pude contener una mirada, si no de universal simpatía, por lo menos curiosa, a la muchedumbre de parias que se apretujan en torno al recinto de un concierto público. Lanza la orquesta, a través de la noche, cantos de fiesta, de triunfo o de placer. Los vestidos de las mujeres arrastran rebrillando; crúzanse las miradas; los ociosos, cansados de no hacer nada, se balancean, fingen saborear, indolentes, la música. Aquí nada que no sea rico, venturoso; nada que no respire e inspire despreocupación y gozo de dejarse vivir; nada, salvo el aspecto de aquella turba que se apoya allá, en la valla exterior, cogiendo gratis, a merced del viento, un jirón de música y mirando la centelleante hornaza interior.
Siempre ha sido interesante el reflejo de la alegría del rico en el fondo de los ojos del pobre. Pero aquel día, a través del pueblo vestido de blusa y de indiana, vi un ser cuya nobleza formaba llamativo contraste con toda la trivialidad del contorno.
Era una mujer alta, majestuosa y de nobleza tal en todo su porte, que no guardo recuerdo de semejante suya en las colecciones de las aristocráticas bellezas del pasado. Un perfume de altanera virtud emanaba de toda su persona. Su faz, triste y enflaquecida, casaba perfectamente con el luto riguroso de que iba vestida. También, como la plebe con que se había mezclado sin verla, miraba al mundo luminoso con ojos profundos, y, gacha suavemente la cabeza, escuchaba.
¡Visión singular! «De seguro -me dije-, esa pobreza, si hay tal pobreza, no ha de admitir la economía sórdida; una tan noble faz me lo fía. ¿Por qué, pues, permanece voluntariamente en un medio en el que es mancha tan llamativa?»
Pero, al pasar curioso junto a ella, creí adivinar la razón. La viuda alta llevaba de la mano un niño, vestido, como ella, de negro; por módico que fuese el precio de la entrada, bastaba acaso aquel precio para pagar un día las necesidades de la criatura, o, mejor tal vez, una superfluidad, un juguete.
Y se habrá vuelto a su casa a pie, meditando y soñando, sola, porque el niño es travieso, egoísta, no tiene dulzura ni paciencia, y ni siquiera puede, como el puro animal, como el gato y el perro, servir de confidente a los dolores solitarios.

- XIV -

El viejo saltimbanqui
Por doquiera se ostentaba, se derramaba, se solazaba el pueblo en holgorio. Era una solemnidad de esas que, con mucha antelación, son esperanza de los saltimbanquis, de los prestidigitadores, de los domadores de bichos y de los vendedores ambulantes, para compensar los malos tiempos del año.
En días así, el pueblo me parece que se olvida de todo, del dolor y del trabajo; se vuelve como los niños. Para los chiquillos es día de asueto, es el horror de la escuela aplazado por veinticuatro horas. Para los mayores es un armisticio concertado con las potencias maléficas de la vida, un alto en la contienda y la lucha universal.
Hasta el hombre de mundo y el hombre dado a trabajos espirituales escapan difícilmente a la influencia del júbilo popular. Absorben sin querer su parte de esa atmósfera de despreocupación. Por lo que a mí toca, no dejo nunca, como buen parisiense, de pasar revista a todas las barracas que se pavonean en esas épocas solemnes.
Hacíanse, en verdad, competencia formidable: chillaban, mugían, aullaban. Era una mezcolanza de gritos, detonaciones de cobre y explosiones de cohetes. Titiriteros y payasos ponían convulsiones en los rasgos de sus rostros atezados y curtidos por el viento, la lluvia y el sol; soltaban, con aplomo de comediantes seguros del efecto, chistes y chuscadas, de una comicidad sólida y densa como la de Molière... Los Hércules, orgullosos de la enormidad de sus miembros, sin frente y sin cráneo, como orangutanes, se hinchaban majestuosamente bajo las mallas lavadas la víspera para la solemnidad. Las bailarinas, hermosas como hadas o princesas, saltaban y hacían cabriolas al fulgor de las linternas, que les llenaba de chispas el faldellín.
No había más que luz, polvo, gritos, gozo, tumulto; gastaban unos, ganaban otros, alegres unos y otros por igual. Colgábanse los niños de la falda de sus madres para conseguir una barra de caramelo, o se subían en hombros de sus padres para ver bien a un escamoteador relumbrante como una divinidad. Y por todas partes circulaba, dominando todos los perfumes, un olor a frito, que era como el incienso de la fiesta.
Al extremo, al último extremo de la fila de barracas, como si, vergonzoso, se hubiera él mismo desterrado de todos aquellos esplendores, vi a un pobre saltimbanqui, encorvado, caduco, decrépito, a la ruina de un hombre, recostado en un poste de su choza; choza más miserable que la del salvaje embrutecido, harto bien iluminada todavía en su desolación por dos cabos de vela corridos y humeantes.
Por dondequiera, gozo, lucro, liviandad; por dondequiera, certidumbre del pan de mañana; por dondequiera, explosión frenética de la vitalidad. Aquí, miseria absoluta, miseria embozada, para colmo de horror, en harapos cómicos, en contraste traído, más que por el arte, por la necesidad. ¡No se reía aquel desgraciado! No lloraba, no bailaba, no gesticulaba, no gritaba, no cantaba ninguna canción, alegre ni lamentable, ni imploraba tampoco. Estaba mudo, inmóvil; había renunciado, abdicado... Su destino estaba cumplido.
Pero, ¡qué mirada profunda, inolvidable, paseaba por el gentío y las luces, cuyas olas movedizas iban a pararse a pocos pasos de su repulsiva miseria! Sentí que la mano terrible de la histeria me oprimía la garganta, y me pareció que me ofuscaban los ojos lágrimas rebeldes, de las que se niegan a caer.
¿Qué haría yo? ¿Para qué preguntar al infortunado qué curiosidad, qué maravilla podría enseñar en aquellas tinieblas malolientes, detrás de la cortina desgarrada? No me atrevía, a la verdad; y aunque la razón de mi timidez haya de moveros a risa, confesaré que temí humillarle. Acababa por fin de resolverme a dejar al paso algún dinero en una tabla de aquéllas, esperando que adivinara mi intento, cuando un gran reflujo de gente, causado no sé por qué perturbación, hubo do arrastrarme lejos de allí.
Y al marcharme, obsesionado por aquella visión, traté de analizar mi dolor súbito, y me dije: ¡Acabo de ver la imagen del literato viejo, superviviente de la generación de que fue entretenimiento brillante; del poeta viejo sin amigos, sin familia, sin hijos, degradado por la miseria y por la ingratitud pública, en la barraca donde no quiere entrar ya la gente olvidadiza!

- XV -

El pastel
Viajaba. El paisaje en medio del cual me había colocado tenía grandeza y nobleza irresistibles. Algo de ellas se comunicó sin duda en aquel momento a mi alma. Revoloteaban mis pensamientos con ligereza igual a la de la atmósfera; las pasiones vulgares, como el odio y el amor profano, aparecíanseme ya tan alejadas como las nubes que desfilaban por el fondo de los abismos, a mis pies; mi alma parecíame tan vasta y pura como la cúpula del cielo que me envolvía; el recuerdo de las cosas terrenales no llegaba a mi corazón sino debilitado y disminuido, como el son de la esquila de los rebaños imperceptibles que pasan lejos, muy lejos, por la vertiente de otra montaña. Sobre el lago pequeño, inmóvil, negro por su inmensa profundidad, pasaba de vez en cuando la sombra de una nube, como el reflejo de la capa de un gigante aéreo que volara cruzando el cielo. Y recuerdo que aquella sensación solemne y rara, causada por un gran movimiento perfectamente silencioso, me llenaba de una alegría mezclada con miedo. En suma, que me sentía, gracias a la embriagadora belleza que me rodeaba, en paz perfecta conmigo mismo y con el universo; y aun sospecho que en mi perfecta beatitud y en mi total olvido de todo el mal terrestre, había llegado a no encontrar tan ridículos a los periódicos que pretenden que el hombre nació bueno, cuando, renovadas las exigencias de la materia implacable, pensé en reparar la fatiga y en aliviar el apetito despierto por tan larga ascensión. Saqué del bolsillo un buen pedazo de pan, una taza de cuero y un frasco de cierto elixir que los farmacéuticos de aquellos tiempos solían vender a los turistas, para mezclarlo, llegada la ocasión, con agua de nieve.
Partía tranquilamente el pan, cuando un ruido muy leve me hizo levantar los ojos. Ante mí estaba una criaturilla desharrapada, negra, desgreñada, cuyos ojos hundidos, fríos y suplicantes, devoraban el pedazo de pan. Y le oí suspirar en voz baja y ronca la palabra ¡pastel! No pude contener la risa al oír el apelativo con que se dignaba honrar a mi pan casi blanco. Cortó una buena rebanada y se la ofrecí. Acercose lentamente, sin quitar los ojos del objeto de su codicia; luego, echando mano al pedazo, retrocedió vivamente, como si hubiese temido que mi oferta no fuese sincera, o que me fuese a volver atrás.
Pero en el mismo instante le derribó otro chiquillo salvaje, que no sé de dónde salía, tan perfectamente semejante al primero, que se le hubiera podido tomar por hermano gemelo suyo. Juntos rodaron por el suelo, disputándose la preciada presa, sin que ninguno de ellos quisiera, indudablemente, sacrificar la mitad a su hermano. Exasperado el primero, agarró del pelo al segundo; cogiole éste una oreja entro los dientes, y escupió un pedacito ensangrentado, con un soberbio reniego dialectal. El propietario legítimo del pastel trató de hundir las menudas garras en los ojos del usurpador; éste, a su vez, aplicó todas sus fuerzas a estrangular al adversario con una mano, mientras que con la otra intentaba meterse en el bolsillo el galardón del combate. Pero, reanimado por la desesperación, levantose el vencido y echó a rodar por el suelo al vencedor de un cabezazo en el estómago. ¿Para qué describir una lucha horrorosa, que duró, en verdad, más tiempo del que parecían prometer las fuerzas infantiles? Viajaba el pastel de mano en mano y cambiaba a cada momento de bolsillo; pero, ¡ay!, iba cambiando también de volumen; y cuando, por fin, extenuados, jadeantes, ensangrentados, paráronse, en la imposibilidad de seguir, no quedaba, a decir verdad, motivo ninguno de batalla; el pedazo de pan había desaparecido y estaba desparramado en migajas, semejantes a los granos de arena con que se mezclaban.
Tal espectáculo había llenado de bruma el paisaje, y el gozo tranquilo en que se solazaba mi alma, antes de haber visto a los hombrecillos, había desaparecido por entero; me quedé mucho tiempo triste, repitiéndome sin cesar: ¡Conque hay un país soberbio en que al pan le llaman 'pastel', golosina tan rara que basta para engendrar una guerra perfectamente fratricida!»

- XVI -

El reloj
Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.
El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.
Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.
Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»
¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.

- XVII -

Un hemisferio en una cabellera
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.
¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.
Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.
En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.
En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.
En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco.
Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

- XVIII -

La invitación al viaje
Hay un país soberbio, un país de Jauja -dicen-, que sueño visitar con una antigua amiga. País singular, anegado en las brumas de nuestro Norte, y al que se pudiera llamar el Oriente de Occidente, la China de Europa: tanta carrera ha tomado en él la cálida y caprichosa fantasía; tanto la ilustró paciente y tenazmente con sus sabrosas y delicadas vegetaciones.
Un verdadero país de Jauja, en el que todo es bello, rico, tranquilo, honrado; en que el lujo se refleja a placer en el orden; en que la vida es crasa y suave de respirar; de donde están excluídos el desorden, la turbulencia y lo improvisto; en que la felicidad se desposó con el silencio; en que hasta la cocina es poética, pingüe y excitante; en que todo se te parece, ángel mío.
¿Conoces la enfermedad febril que se adueña de nosotros en las frías miserias, la ignorada nostalgia de la tierra, la angustia de la curiosidad? Un país hay que se te parece, en que todo es bello, rico, tranquilo y honrado, en que la fantasía edificó y decoró una China occidental, en que la vida es suave de respirar, en que la felicidad se desposó con el silencio. ¡Allí hay que irse a vivir, allí es donde hay que morir!
Sí, allí hay que irse a respirar, a soñar, a alargar las horas en lo infinito de las sensaciones. Un músico ha escrito la Invitación al vals; ¿quién será el que componga la invitación al viaje que pueda ofrecerse a la mujer amada, a la hermana de elección?
Sí, en aquella atmósfera daría gusto vivir; allá, donde las horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes hacen sonar la dicha con más profunda y más significativa solemnidad.
En tableros relucientes o en cueros dorados con riqueza sombría, viven discretamente unas pinturas beatas, tranquilas y profundas, como las almas de los artistas que las crearon. Las puestas del Sol, que tan ricamente colorean el comedor o la sala, tamizadas están por bellas estofas o por esos altos ventanales labrados que el plomo divide en numerosos compartimientos. Vastos, curiosos, raros son los muebles, armados de cerraduras y de secretos, como almas refinadas. Espejos, metales, telas, orfebrería, loza, conciertan allí para los ojos una sinfonía muda y misteriosa; y de todo, de cada rincón, de las rajas de los cajones y de los pliegues de las telas se escapa un singular perfume, un vuélvete de Sumatra, que es como el alma de la vivienda.
Un verdadero país de Jauja, te digo, donde todo es rico, limpio y reluciente como una buena conciencia, como una magnífica batería de cocina, como una orfebrería espléndida, como una joyería policromada. Allí afluyen los tesoros del mundo, como a la casa de un hombre laborioso que mereció bien del mundo entero. País singular, superior a los otros, como lo es el Arte a la Naturaleza, en que ésta se reforma por el ensueño, en que está corregida, hermoseada, refundida.
¡Busquen, sigan buscando, alejen sin cesar los límites de su felicidad esos alquimistas de la horticultura! ¡Propongan premios de sesenta y de cien mil florines para quien resolviere sus ambiciosos problemas! ¡Yo ya encontró mi tulipán negro y mi dalia azul!
Flor incomparable, tulipán hallado de nuevo, alegórica dalia, allí, a aquel hermoso país tan tranquilo, tan soñador, es adonde habría que irse a vivir y a florecer, ¿no es verdad? ¿No te encontrarías allí con tu analogía por marco y no podrías mirarte, para hablar, como los místicos, en tu propia correspondencia?
¡Sueños! ¡Siempre sueños!, y cuanto más ambiciosa y delicada es el alma tanto más la alejan de lo posible los sueños. Cada hombre lleva en sí su dosis de opio natural, incesantemente segregada y renovada, y, del nacer al morir, ¿cuántas horas contamos llenas del goce positivo, de la acción bien lograda y decidida? ¿Viviremos jamás, estaremos jamás en ese cuadro que te pintó mi espíritu, en ese cuadro que se te parece?
Estos tesoros, estos muebles, este lujo, este orden, estos perfumes, estas flores milagrosas son tú. Son tú también estos grandes ríos, estos canales tranquilos. Los enormes navíos que arrastran, cargados todos de riquezas, de los que salen los cantos monótonos de la maniobra, son mis pensamientos, que duermen o ruedan sobre tu seno. Tú los guías dulcemente hacia el mar, que es lo infinito, mientras reflejas las profundidades del cielo en la limpidez de tu alma hermosa; y cuando, rendidos por la marejada y hastiados de los productos de Oriente, vuelven al puerto natal, son también mis pensamientos, que tornan, enriquecidos de lo infinito, hacia ti.

- XIX -

El juguete del pobre
Quiero dar idea de una diversión inocente. ¡Hay tan pocos entretenimientos que no sean culpables!
Cuando salgáis por la mañana con decidida intención de vagar por la carretera, llenaos los bolsillos de esos menudos inventos de a dos cuartos, tales como el polichinela sin relieve, movido por un hilo no más; los herreros que martillan sobre el yunque; el jinete de un caballo, que tiene un silbato por cola; y por delante de las tabernas, al pie de los árboles, regaládselos a los chicuelos desconocidos y pobres que encontréis. Veréis cómo se les agrandan desmesuradamente los ojos. Al principio no se atreverán a tomarlos, dudosos de su ventura. Luego, sus manos agarrarán vivamente el regalo, y echarán a correr como los gatos que van a comerse lejos la tajada que les disteis, porque han aprendido a desconfiar del hombre.
En una carretera, detrás de la verja de un vasto jardín, al extremo del cual aparecía la blancura de un lindo castillo herido por el sol, estaba en pie un niño, guapo y fresco, vestido con uno de esos trajes de campo, tan llenos de coquetería.
El lujo, la despreocupación, el espectáculo habitual de la riqueza, hacen tan guapos a esos chicos, que se les creyera formados de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.
A su lado, yacía en la hierba un juguete espléndido, tan nuevo como su amo, brillante, dorado, vestido con traje de púrpura y cubierto de penachos y cuentas de vidrio. Pero el niño no se ocupaba de su juguete predilecto, y ved lo que estaba mirando:
Del lado de allá de la verja, en la carretera, entre cardos y ortigas, había otro chico, sucio, desmedrado, fuliginoso, uno de esos chiquillos parias, cuya hermosura descubrirían ojos imparciales, si, como los ojos de un aficionado adivinan una pintura ideal bajo un barniz de coche, lo limpiaran de la repugnante pátina de la miseria.
A través de los barrotes simbólicos que separaban dos mundos, la carretera y el castillo, el niño pobre enseñaba al niño rico su propio juguete, y éste lo examinaba con avidez, como objeto raro y desconocido. Y aquel juguete que el desharrapado hostigaba, agitaba y sacudía en una jaula, era un ratón vivo. Los padres, por economía, sin duda, habían sacado el juguete de la vida misma.
Y los dos niños se reían de uno a otro, fraternalmente, con dientes de igual blancura.

- XX -

Los dones de las hadas
Había gran asamblea de hadas para proceder al reparto de dones entre todos los recién nacidos llegados a la vida en las últimas veinticuatro horas.
Todas aquellas antiguas y caprichosas hermanas del Destino; todas aquellas madres raras del gozo y del dolor, eran muy diferentes: tenían unas aspecto sombrío y ceñudo; otras, aspecto alocado y malicioso; unas, jóvenes que habían sido siempre jóvenes; otras, viejas que habían sido siempre viejas.
Todos los padres que tienen fe en las hadas habían acudido, llevando cada cual a su recién nacido en brazos.
Los dones, las facultades, los buenos azares, las circunstancias invencibles habíanse acumulado junto al tribunal, como los premios en el estrado para su reparto. Lo que en ello había de particular era que los dones no servían de recompensa a un esfuerzo, sino, por el contrario, eran una gracia concedida al que no había vivido aún, gracia capaz de determinar su destino y convertirse lo mismo en fuente de su desgracia que de su felicidad.
Las pobres hadas estaban ocupadísimas, porque la multitud de solicitantes era grande, y la gente intermediaria puesta entre el hombre y Dios está sometida, como nosotros, a la terrible ley del tiempo y de su infinita posteridad, los días, las horas, los minutos y los segundos.
En verdad, estaban tan azoradas como ministros en día de audiencia o como empleados del Monte de Piedad cuando una fiesta nacional autoriza los desempeños gratuitos. Hasta creo que miraban de tiempo en tiempo la manecilla del reloj con tanta impaciencia como jueces humanos que, en sesión desde por la mañana, no pueden por menos de soñar con la hora de comer, con la familia y con sus zapatillas adoradas. Si en la justicia sobrenatural hay algo de precipitación y de azar, no nos asombremos de que ocurra lo mismo alguna vez en la justicia humana. Seríamos nosotros, en tal caso, jueces injustos.
También se cometieron aquel día ciertas ligerezas que podrían llamarse raras si la prudencia, más que el capricho, fuese carácter distintivo y eterno de las hadas.
Así, el poder de atraer mágicamente a la fortuna se adjudicó al único heredero de una familia riquísima, que, por no estar dotada de ningún sentido de caridad y tampoco de codicia ninguna por los bienes más visibles de la vida, habían de verse más adelante prodigiosamente enredados entre sus millones.
Así, se dio el amor a la Belleza y a la Fuerza poética al hijo de un sombrío pobretón, cantero de oficio, que de ninguna manera pedía favorecer las disposiciones ni aliviar las necesidades de su deplorable progenitura.
Se me olvidaba deciros que el reparto, en casos tan solemnes, es sin apelación, y que no hay don que pueda rehusarse.
Levantábanse todas las hadas, creyendo cumplida su faena, porque ya no quedaba regalo ninguno, largueza ninguna que echar a toda aquella morralla humana, cuando un buen hombre, un pobre comerciantillo, según creo, se levantó, y cogiendo del vestido de vapores multicolores al hada que más cerca tenía, exclamó:
«¡Eh! ¡Señora! ¡Que nos olvida! Todavía falta mi chico. No quiero haber venido en balde.»
El hada podía verse en un aprieto, porque nada quedaba ya. Acordose a tiempo, sin embargo, de una ley muy conocida, aunque rara vez aplicada, en el mundo sobrenatural habitado por aquellas deidades impalpables amigas del hombre y obligadas con frecuencia a doblegarse a sus pasiones, tales como las hadas, gnomos, las salamandras, las sílfides, los silfos, las nixas, los ondinos y las ondinas -quiero decir de la ley que concede a las hadas, en casos semejantes, o sea en el caso de haberse agotado los lotes, la facultad de conceder otro, suplementario y excepcional, siempre que tenga imaginación bastante para crearlo de repente.
Así, pues, la buena hada contestó, con aplomo digno de su rango: «¡Doy a tu hijo..., le doy... el don de agradar!»
«Pero, ¿agradar cómo? ¿Agradar?... ¿Agradar por qué?» -preguntó tenazmente el tenderillo, que sin duda sería uno de esos razonadores tan abundantes, incapaz de levantarse hasta la lógica de lo absurdo.
«¡Porque sí! ¡Porque sí!» -replicó el hada colérica, volviéndole la espalda; y al incorporarse al cortejo de sus compañeras, les iba diciendo-: «¿Qué os parece ese francesito vanidoso, que quiere entenderlo todo, y que, encima de lograr para su hijo el don mejor, aun se atreve a preguntar y a discutir lo indiscutible?»

- XXI -

Las tentaciones, o Eros, Pluto y la Gloria
Dos satanes y una diablesa, no menos extraordinaria, subieron la pasada noche por la escalera misteriosa con que el infierno asalta la flaqueza del hombre dormido y se comunica en secreto con él. Y vinieron a colocarse gloriosamente delante de mí, en pie, como sobre un estrado. Un esplendor sulfúreo emanaba de los tres personajes, que resaltaban así en el fondo opaco de la noche. Tenían aspecto tan altivo y dominante, que al pronto los tomé a los tres por verdaderos dioses.
La cara del primer Satán era de sexo ambiguo, y había también, en las líneas de su cuerpo, la malicia de los antiguos Bacos. Sus bellos ojos lánguidos, de color tenebroso e indeciso, parecían violetas cargadas aún de las densas lágrimas de la tempestad, y sus labios, entreabiertos, pebeteros cálidos, de los que se exhalaba un bienoliente perfume; y cada vez que suspiraba, insectos almizclados iluminábanse en revoloteo al ardor de su hálito.
Arrollábase a su túnica de púrpura, a manera de cinturón, una serpiente de tonos cambiantes que, levantando la cabeza, volvía languideciente hacia él los ojos de brasa. De ese vivo cinturón colgaban, alternados con ampollas colmadas de licores siniestros, cuchillos brillantes o instrumentos de cirugía. Tenía en la mano derecha otra ampolla, cuyo contenido era de un rojo luminoso, con estas raras palabras por etiqueta: «Bebed; esta es mi sangre, cordial perfecto»; en la izquierda, un violín, que le servía, sin duda, para cantar sus placeres y sus dolores y para extender el contagio de su locura en noches de aquelarre.
Arrastraban de sus tobillos delicados varios eslabones de una cadena de oro rota, y cuando la molestia que le producía le obligaba a bajar los ojos al suelo, contemplaba vanidoso las uñas de sus pies, brillantes y pulidas como bien labradas piedras.
Me miró con ojos de inconsolable desconsuelo, que vertían embriaguez insidiosa, y me dijo con voz de encanto: «Si quieres, si quieres, te haré señor de las almas, y serás dueño de la materia viva, más que el escultor pueda serlo del barro, y conocerás el placer, sin cesar renaciente, de salir de ti mismo para olvidarte en los otros y de atraer las almas hasta confundirlas con la tuya.»
Y yo le contesté: «¡Mucho te lo agradezco! De nada me sirve esa pacotilla de seres que no valen sin duda más que mi pobre yo. Aunque algo me avergüence el recuerdo, nada puedo olvidar; y si no te hubiese conocido, viejo monstruo, tus cuchillos misteriosos, tus ampollas equívocas, las cadenas que te traban los pies, son símbolos que explican con claridad bastante los inconvenientes de tu amistad. Guárdate tus regalos.»
El segundo Satán no tenía el aspecto a la vez trágico y sonriente, ni las buenas maneras insinuantes, ni la belleza delicada y perfumada del otro. Era un hombre basto, de rostro grueso y sin ojos, cuya pesada panza se desplomaba sobre sus muslos, cuya piel estaba toda dorada e ilustrada, como por un tatuaje, con multitud de figurillas movedizas, que representaban las formas múltiples de la miseria universal Había hombrecillos macilentos que se colgaban voluntariamente de un clavo; había gnomos chicos y deformes, flacos, que pedían limosna más con los ojos suplicantes que con las manos trémulas, y también madres viejas con abortos agarrados a las tetas extenuadas, y otros muchos más había.
El gordo Satán se golpeaba con el puño la inmensa panza, de donde salía entonces un largo y resonante tintineo de metal, que terminaba en un vago gemido hecho de numerosas voces humanas. Y se reía, mostrando impúdico los dientes estropeados, con enorme risa imbécil, como ciertos hombres de todos los países cuando han comido demasiado bien.
Y éste me dijo: «Puedo darte lo que todo lo consigue, lo que vale por todo, lo que a todo reemplaza!» Y se golpeó el vientre monstruo, cuyo eco sonante sirvió de comentario a las palabras groseras.
Me volví con repugnancia y contesté: «No necesito, para mi goce, la miseria de nadie; y no quiero riqueza entristecida, como papel de habitaciones, por todas las desdichas representadas en tu piel.»
Por lo que toca a la diablesa, mentiría yo si no confesara que a primera vista hallé raro encanto en ella. Para definir tal encanto no lo podría comparar a nada mejor que al de las bellísimas mujeres maduras, que, sin embargo, ya no envejecen, y cuya hermosura conserva la magia penetrante de las ruinas. Tenía a la vez aspecto imperioso y desmadejado, y sus ojos, a pesar del cansancio, conservaban fuerza fascinadora. Lo que más me llamó la atención fue el misterio de su voz, en la que encontraba el recuerdo de las contraltos más deliciosas y un poco también de la ronquera de las gargantas lavadas sin cesar por el aguardiente.
«¿Quieres conocer mi poderío? -dijo la falsa diosa con su voz encantadora y paradójica-. Escucha.»
Y se llevó a los labios una trompeta gigantesca y llena de cintas como un mirlitón, con los títulos de todos los periódicos del universo, y a través de la trompeta gritó mi nombre, que rodó así por el espacio con el ruido de cien mil truenos, y volvió a mí repercutido por el eco más lejano del planeta.
«¡Diablo -salté, casi subyugado-, eso es bonito!» Pero al examinar más atentamente al marimacho seductor me pareció reconocerla vagamente, por haberla visto brincar con algunos pilletes conocidos míos; y el ronco sonar del cobre me trajo a los oídos no sé qué recuerdo de trompeta prostituida.
Por eso respondí, con todo mi desdén: «¡Vete! ¡No estoy guisado para casarme con la querida de algunos que no quiero nombrar!»
Tenía yo derecho, ciertamente, a estar orgulloso de tan valerosa abnegación. Mas, por desgracia, me despertó y todas mis fuerzas me abandonaron. «En verdad -me dije-, muy aletargado tenía que estar para mostrar tales escrúpulos. ¡Ay! ¡Si pudiesen volver cuando estoy despierto, no me las daría de tan delicado!»
Y los invoqué en alta voz, suplicándoles que me perdonaran, ofreciéndoles que me deshonraría lo más a menudo que fuese necesario para merecer sus favores; pero les había ofendido gravemente, sin duda, porque no han vuelto jamás.

- XXII -

El crepúsculo de la noche
Va cayendo el día. Una gran paz llena las pobres mentes, cansadas del trabajo diario, y sus pensamientos toman ya los colores tiernos o indecisos del crepúsculo.
Sin embargo, desde la cima de la montaña llega hasta mi balcón, a través de las nubes transparentes del atardecer, un gran aullido, compuesto de una multitud de gritos discordes que el espacio transforma en lúgubre armonía, como de marea ascendente o de tempestad que empieza.
¿Quiénes son los infortunados a quien la tarde no calma, y toman, como los búhos, la llegada de la noche por señal de aquelarre? Este siniestro ulular nos llega del negro hospital encaramado en la montaña, y al atardecer, fumando y contemplando el reposo del valle inmenso erizado de casas en que cada ventana nos dice: «¡Aquí está la paz ahora; aquí está la alegría de la familia!», puedo, cuando el viento sopla de arriba, mecer mi pensamiento, asombrado en esa imitación de las armonías infernales.
El crepúsculo excita a los locos. Recuerdo que tuve dos amigos a quien el crepúsculo ponía malos. Uno, desconociendo entonces toda relación de amistad y cortesía, maltrataba como un salvaje al primero que llegaba. Le he visto tirar a la cabeza de un camarero un pollo excelente, porque se imaginó ver en él no sé que jeroglífico insultante. El atardecer, premisor de los goces profundos, le echaba a perder lo más suculento.
El otro, ambicioso herido, se iba volviendo, conforme bajaba la luz, más agrio, más sombrío, más reacio. Indulgente y sociable durante el día, era despiadado de noche; y no sólo con los demás, sino consigo mismo esgrimía rabiosamente su manía crepuscular.
El primero murió loco, incapaz de reconocer a su mujer y a su hijo; el segundo lleva en sí la inquietud de un malestar perpetuo, y aunque le gratificaran con todos los honores que pueden conferir repúblicas y príncipes, creo que el crepúsculo encendería en él aun el ansia abrasadora de distinciones imaginarias. La noche, que ponía tinieblas en su mente, trae luz a la mía; y, aunque no sea raro ver a la misma causa engendrar dos efectos contrarios, ello me tiene siempre lleno de intriga y de alarma.
¡Oh noche! ¡Oh refrescantes tinieblas! ¡Sois para mí señal de fiesta interior, sois liberación de una angustia! ¡En la soledad de las llanuras, en los laberintos pedregosos de una capital, centelleo de estrellas, explosión de linternas, sois el fuego de artificio de la diosa Libertad!
¡Crepúsculo, cuán dulce y tierno eres! Los resplandores sonrosados que se arrastran aún por el horizonte, como agonizar del día bajo la opresión victoriosa de su noche, las almas de los candelabros que ponen manchas de un rojo opaco en las últimas glorias del Poniente, los pesados cortinajes que corro una mano invisible de las profundidades del Oriente, inician todos los sentimientos complicados que luchan dentro del corazón del hombre en las horas solemnes de la vida.
Tomaríasele también por uno de esos raros trajes de bailarina en que la gasa transparente y sombría deja entrever los esplendores amortiguados de una falda brillante, como bajo el negro presente se trasluce el delicioso pasado, y las estrellas vacilantes de oro y de plata que la salpican representan esas luces de la fantasía que no se encienden bien sino en el luto profundo de la Noche.

- XXIII -

La soledad
Un gacetillero filántropo me dice que la soledad es mala para el hombre; y en apoyo de su tesis cita, como todos los incrédulos, palabras de los padres de la Iglesia.
Sé que el Demonio frecuenta gustoso los lugares áridos, y que el espíritu del asesinato y de la lubricidad se inflama maravillosamente en las soledades. Pero sería posible que esta soledad sólo fuese peligrosa para el alma ociosa y divagadora, que la puebla con sus pasiones y con sus quimeras.
Cierto que un charlatán, cuyo placer supremo consiste en hablar desde lo alto de una cátedra o de una tribuna, correría fuerte peligro al volverse loco furioso en la isla de Robinsón. No exigiré a mi gacetillero las animosas virtudes de Crusoe; pero le pido que no entable acusación contra los enamorados de la soledad y del misterio.
Hay en nuestras razas parlanchinas individuos que aceptarían con menor repugnancia el suplicio supremo si se les permitiera lanzar desde lo alto del patíbulo una copiosa arenga, sin miedo de que los tambores de Santerre les cortasen intempestivamente la palabra.
No los compadezco, porque adivino que sus efusiones oratorias les procuran placeres iguales a los que otros sacan del silencio y del recogimiento; pero los desprecio.
Deseo, ante todo, que mi gacetillero maldito me dejo divertirme a mi gusto. «Pero ¿no siente usted nunca -me dice, en tono nasal archiapostólico- necesidad de compartir sus goces?» ¡Miren el sutil envidioso! ¡Sabe que desdeño los suyos y viene a insinuarse en los míos, el horrible aguafiestas!
«¡La desgracia grande de no poder estar solo!...» -dice en algún lado La Bruyère, como para avergonzar a todos los que corren a olvidarse entre la muchedumbre, temerosos, sin duda, de no poder soportarse a sí mismos.
«Casi todas nuestras desgracias provienen de no haber sabido quedarnos en nuestra habitación» -dice otro sabio, creo que Pascal, llamando así a la celda del recogimiento a todos los alocados que buscan la dicha en el movimiento y en una prostitución que llamaría yo fraternitaria, si quisiera hablar la hermosa lengua de mi siglo.

- XXIV -

Los Proyectos
Decíase él, paseando por un vasto parque solitario: «¡Cuán bella estaría con un traje de corto, complicado y fastuoso, bajando, a través de la atmósfera de una bella tarde, los escalones de mármol de un palacio, frente a extensas praderas de césped y de estanques! ¡Porque tiene naturalmente aspecto de princesa!»
Al pasar más tarde por una callo detúvose ante una tienda de grabados, y como hallara en una carpeta una estampa, representación de un paisaje tropical, se dijo: «¡No! No es en un palacio donde yo quisiera poseer su amada existencia. No estaríamos en casa. Además, las paredes, acribilladas de oro, no dejarían sitio para colgar su imagen; en las solemnes galerías no hay un rincón para la intimidad. Decididamente, ahí es donde habría que irse para cultivar el ensueño de mi vida.»
Y mientras analizaba con los ojos los detalles del grabado, proseguía naturalmente. «A la orilla del mar, una hermosa cabaña de madera, envuelta por todos estos árboles raros y relucientes, cuyos nombres olvidé...; en la atmósfera, un aroma embriagador, indefinible...; en la cabaña, un poderoso perfume de rosas y de almizcle...; más lejos, detrás de nuestro breve dominio, puntas de mástiles mecidos por la marea...; en derredor, más allá de la estancia, iluminada por una luz rosa, tamizada por las cortinillas, decorada con esterillas frescas y flores mareantes y con raros asientos de un rococó portugués, de madera pesada y tenebrosa -en donde ella descansaría, tan quieta, tan bien abanicada, fumando tabaco levemente opiáceo-; más allá de la varenga, el bullicio de los pájaros, ebrios de luz, y el parloteo de las negritas... Y por la noche, para hacer compañía a mis sueños, el cantar quejumbroso de los árboles de música, de los filaos melancólicos. Sí; ahí tengo, en verdad, el fondo que buscaba. ¿Para qué quiero un palacio?»
Y más allá, caminando por una gran avenida, vio una posada limpita, con una ventana avivada por unas cortinas de indiana multicolor, a la que asomaban dos cabezas risueñas. Y en seguida: «Muy vagabundo tiene que ser mi pensamiento -se dijo- para ir a buscar tan lejos lo que tan cerca está de mí. Placer y ventura se hallan en la primera posada que se ve, en la posada del azar, tan fecunda en voluptuosidades. Un buen fuego, lozas vistosas, cena aceptable, vino áspero, cama muy ancha, con colgaduras algo toscas, pero nuevas. ¿Qué hay mejor?»
Y cuando volvió a casa, a la hora en que los consejos de la sabiduría no están ya apagados por el zumbido de la vida exterior, se dijo:»Tuve hoy, en sueños, tres domicilios en los que hallé un mismo goce. ¿Para qué forzar al cuerpo a cambiar de sitio, si mi alma viaja tan de prisa? ¿Y para qué ejecutar proyectos, si es ya el proyecto en sí goce suficiente?»

- XXV -

La hermosa Dorotea
Agobia el Sol a la ciudad con su luz recta y terrible; la arena resplandece y el mar espejea. Cobardemente se rinde el mundo estupefacto y duerme la siesta, siesta que es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento.
Sin embargo, Dorotea, fuerte y altiva como el Sol, avanza por la calle desierta, único ser vivo a esta hora bajo el inmenso azul, y forma en la luz una mancha brillante y negra.
Avanza, balanceando muellemente el torso tan fino sobre las caderas tan anchas. Su vestido de seda ajustado, de tono claro y rosa, contrasta vivamente con las tinieblas de su piel, moldeando con exactitud su tallo largo, su espalda hundida y su pecho puntiagudo.
La sombrilla roja, tamizando la luz, proyecta en su rostro sombrío el afeite ensangrentado de sus reflejos.
El peso de su enorme cabellera casi azul echa atrás su cabeza delicada y le da aire de triunfo y de pereza. Pesados pendientes gorjean secretos en sus orejas lindas.
De tiempo en tiempo, la brisa del mar levanta un extremo de su falda flotante y deja ver la pierna luciente y soberbia; y su pie, semejante a los pies de las diosas de mármol que Europa encierra en sus museos, imprime fielmente su forma en la arena menuda. Porque Dorotea es tan prodigiosamente coqueta, que el gusto de verse admirada vence en ella al orgullo de la libertad, y aunque es libre, anda sin zapatos.
Avanza así, armoniosamente, dichosa de vivir, sonriente, con blanca sonrisa, como si viese a lo lejos, en el espacio, un espejo que reflejara su porte y su hermosura.
A la hora en que los mismos perros gimen de dolor al sol que los muerde, ¿qué poderoso motivo hace andar así a la perezosa Dorotea, hermosa y fría como el bronce?
¿Por qué dejó la estrecha cabaña, tan coquetamente dispuesta con flores y esterillas, que a tan poca costa le forman tocador perfecto; donde halla tanto placer en estarse peinando, en fumar, en que le den aire o en mirarse en el espejo de sus anchos abanicos de plumas, mientras el mar, que azota la playa a cien pasos de allí, da a sus divagaciones indecisas un poderoso y monótono acompañamiento, y la marmita de hierro, en que está puesto a cocer un guisado de cangrejos con arroz y azafrán, le envía, desde el fondo del patio, sus perfumes excitantes?
Quizá tiene cita con algún ofícialillo que en playas lejanas oyó a sus compañeros hablar de la famosa Dorotea. Infaliblemente, la sencilla criatura le pedirá que le describa el baile de la Ópera, y le preguntará si se puede ir descalza, como a la danza del domingo, en que hasta las viejas cafrinas se ponen borrachas y furiosas de gozo, y también si las bellas señoras de París son todas más guapas que ella.
A Dorotea todos la admiran y la halagan, y sería perfectamente feliz si no tuviese que amontonar piastra sobre piastra para el rescate de su hermanita, que tendrá once años, y ya está madura y es tan hermosa. ¡Lo conseguirá sin duda la buena Dorotea! ¡El amo de la niña es tan avaro! Demasiado avaro para comprender otra hermosura que la de los escudos.

17/4/09

Novalis - Himnos a la noche

Novalis - Himnos a la noche

1

Cuál viviente de sensible inteligencia...

Cuál viviente de sensible inteligencia no ama la plena luz entre las apariciones maravillosas del extenso espacio que lo rodea -con sus colores, sus rayos y arcos, su presente suave como día que despierta. Como el alma interior de la vida la respira el mundo gigante de las estrellas incansables, y danzando nada en sus aguas azules- la respira la piedra eternamente quieta y centelleante, la planta sensible y absorbente, y el animal salvaje, ardoroso y multiforme -pero más que todos, el extranjero magnífico de ojos oportunos, de paso gallardo y entrecerrados labios llenos de melodías. Como un rey de la naturaleza terrestre, la luz llama a todas las fuerzas a transformaciones innumerables, anuda y suelta lazos infinitos, ciñe su imagen celeste a cada criatura en la tierra. -Su presencia sola abre el prodigio de los reinos del mundo.Yo me vuelvo hacia la noche secreta, inefable y santa. Allá lejos, el mundo desierto y solitario ocupa su sitio hundido en una fosa profunda. Profunda melancolía sopla en las cuerdas del pecho. Quiero descender en gotas de rocío y mezclarme en la ceniza. -Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la infancia, las breves alegrías y esperanzas perentorias de la vida entera y larga, vienen con vestimentas grises, como niebla nocturna que sigue a la puesta de sol. En otros espacios desplegó la luz los toldos alegres. ¿No debería volver a sus hijos que con fe inocente la esperan? ¿Qué es lo que brota y castiga bajo el corazón y traga el aire suave de la melancolía? ¿Te complaces con nosotros, noche oscura? ¿Qué guardas bajo tu manto que con fuerza invisible llega a mi alma? Bálsamo delicioso gotea de tu mano, del manojo de adormideras. Levantas las alas pesadas del espíritu. Sentimos movernos inexpresables y oscuros -veo un rostro grave y sorprendido de alegría, que suave y piadoso se vuelve hacia mí y bajo sus rizos sueltos e interminables muestra la querida juventud de la madre. Qué pobre y simple me parece ahora la luz- qué despedida bendita y feliz del día así que solamente porque la noche te desvía a los servidores, sembraste en las anchuras del espacio las esferas refulgentes que anuncian tu omnipotencia -tu retorno- en los tiempos de tu lejanía. Más celestes que aquellas estrellas relampagueantes nos parecen los ojos infinitos que la noche abrió en nosotros. Ven más lejos que las más pálidas estrellas de aquel ejército innumerable -sin necesidad de la luz miran a través de las profundidades de un espíritu amoroso -que llena un espacio más alto con inefable voluptuosidad. Alabada sea la reina del mundo, la alta mensajera de los mundos sagrados, la cuidadora del amor bienaventurado -te envía a mí- suave amada -querido sol de la noche- estoy en vela -pues yo soy tuyo y mío- me anunciaste la noche para la vida -me hiciste humano- consume mi cuerpo con ardor espiritual, que aéreo me mezclo contigo dentro de mí y eternamente prolongo la noche nupcial.

2

¿Debe retornar siempre la mañana?...

¿Debe retornar siempre la mañana? ¿No tiene fin la fuerza terrestre? Desventurada agitación consume la llegada celeste de la noche. ¿No arderá eternamente la víctima secreta del amor? Medido fue el tiempo a la luz, pero el dominio de la noche no tiene espacio ni tiempo. -Eterna es la duración del reposo, santo reposo-siempre agrada al consagrado de la noche en este día de trabajo terreno. Solamente los torpes te desconocen y no saben de ningún sueño como el de las sombras, el que en aquel crepúsculo de la noche verdadera compasivamente nos envías. No te sienten en el raudal dorado de las uvas -ni en el aceite milagroso del almendro, ni en el jugo marrón de la amapola. No saben que eres quien mueve el pecho suave de la doncella y vuelve cielo al regazo- entras libremente abriendo el cielo de antiguas historias y traes la llave a las habitaciones de los bienaventurados, mensajero callado de infinitos misterios.

3

Un día en que se derramaban amargas mis lágrimas...

Un día en que se derramaban amargas mis lágrimas pues en dolor desatada se disolvía mi esperanza, solitario estaba yo de pie frente a la tumba que en la colina árida ocultaba en el espacio angosto y oscuro la imagen de mi vida -solo como no lo estaba ningún solitario, movido por un miedo inefable- sin fuerza, pensando solamente en la miseria. -Buscaba ayuda a mi alrededor, y no podía ni avanzar ni retroceder, y pendía de la vida fugaz que se apagaba con anhelo infinito:- entonces cayó de la lejanía azul -desde la altura de mi antigua bienaventuranza una tormenta crepuscular- y de una vez rompió el lazo del parto -la cadena de la luz. Volando se disipó la magnificencia terrena y mi pena con ella-fluyó la melancolía a un nuevo mundo insondable -tú, entusiasmo nocturno, sueño celeste, viniste a mí- la comarca se elevó lentamente; sobre la comarca flotaba suelto mi espíritu recién nacido. La tumba en la colina se hizo una nube de polvo -a través de la nube miré los rasgos transfigurados de la amada. En sus ojos descansaba la eternidad- tomé sus manos y las lágrimas fueron una atadura indesgarrable y refulgente. Los milenios se trasladaron hacia la lejanía como borrasca. Lloraba yo en su cuello arrebatadas lágrimas por la nueva vida. -Era el primero y único sueño- sentí desde entonces fe inalterable y eterna en el cielo de la noche y en su luz, la amada.

4

Ahora sé cuándo llegará la última mañana...

Ahora sé cuándo llegará la última mañana -cuando la luz ya no ahuyente la noche ni el amor- cuando el letargo eterno y sólo un sueño inagotable y único sea. Siento en mí el cansancio celeste. -Dilatada y fatigosa me fue la peregrinación al Santo Sepulcro apretando la Cruz. Las ondas de cristal, imperceptibles a los sentidos, brotan del seno oscuro del túmulo, a cuyos pies se quiebra el oleaje terrestre, quien las probó, quien estaba sobre la montaña de los límites del mundo y miró hacia la nueva tierra, en la residencia de la noche- en verdad no retornó al sacudimiento del mundo, al territorio en que mora la luz con eterna intranquilidad.Arriba él se construye chozas, chozas de la paz, anhela y ama, levanta la mirada hasta que la bienvenida de todas las horas lo lleva hasta el manantial -por encima navega lo terrestre rezagado por tormentas, pero lo que se consagró con el toque del amor fluye suelto por trechos ocultos hacia otra comarca donde se mezcla como perfume con los amantes dormidos. Tú despiertas, luz vivida, a los fatigados al trabajo, viertes vida feliz en mí- pero no me desprendes del recuerdo musgoso. Con gusto quiero tocar las manos laboriosas, ver todo alrededor, donde tú me necesitas -elogiar las suntuosidad de tu esplendor- perseguir infatigable tus hermosas obras de artificio -contemplar con gusto el paso exacto de tu reloj poderoso y brillante- penetrar en la proporción de las fuerzas y las reglas del prodigioso juego de incontables espacios y tiempos. Pero mi corazón secreto permanece fiel a la noche y a su hijo, el amor productivo.¿Puedes mostrarme un corazón eternamente leal? ¿Tiene tu sol ojos amistosos que me reconozcan? ¿Toman tus estrellas mi mano que solicita? ¿Me devuelven el suave apretón y la palabra cariñosa? ¿Le has dado a Ella contorno y colores ligeros -o bien dio Ella a tu atavío alta y querida significación? ¿Cuál voluptuosidad, cuál gozo ofrece tu vida, que compensaran los arrebatos de la muerte? ¿No trae el color de la noche todo lo que nos entusiasma? Te trae maternal y le agradeces toda tu magnificencia. Te disiparías en ti misma-te desharías en el espacio sin fin si ella no te sostuviera, te envolviera para que estuvieras tibia, y llameante engendraras el mundo. Yo era en verdad antes de que tú fueras -la madre me mandó con mis hermanos a habitar en el mundo, a curarlo con amor y que fuera un eterno símbolo visible- a plantarlo con flores inmarcesibles. Aún no maduraban esos pensamientos divinos -aún son pocas las huellas de nuestra revelación-. Una vez muestra tu reloj al fin del tiempo, cuando seas como uno de nosotros y llena de anhelo y fervor te apagues y mueras. En mí siento el fin de tu agitación -libertad celeste, venturoso retorno. Con salvajes dolores siento tu lejanía de nuestro hogar, tu resistencia al cielo antiguo y magnífico. Tu furor y tu cólera son en vano. La Cruz se yergue ardiente sin consumirse- bandera triunfal que bendice nuestra estirpe.Subo peregrinoy cada dolora la voluptuosidadserá un aguijón.Aún poco tiempoy desatado estoy,y quedo ebrio en el senodel amor.La vida infinita oscilacon fuerza en mí,desde la altura te miro.En aquella colina se extingue tu brillo-una sombra trae la corona fría. Oh, amada, absórbeme poderosa que puedo dormirme y amar.De la muerte siento el agua que rejuvenece-bálsamo y éter se hace mi sangre. Vivo de día con valor y fe y muero de noche en santo fulgor.

5

Sobre el extenso linaje humano...

Sobre el extenso linaje humano dominaba en otros tiempos un destino férreo con silencioso poder. Un lazo fuerte y oscuro circundaba su alma recelosa. -Infinita era la tierra- residencia de los dioses y patria suya. Desde la eternidad se levantaba su edificio secreto. Sobre la montañas rojas de la mañana, en el seno sagrado del mar habitaba el sol, la vivida luz que todo lo enciende. Un viejo gigante transportaba al mundo venturoso. Bajo las montañas yacían los hijos prístinos de la madre tierra. Impotentes en su furia destructora contra la nueva y magnífica estirpe divina y contra sus familiares, los hombres felices. La profundidad verde y oscura del mar era el regazo de una diosa. En las grutas de cristal holgaba un pueblo opulento. Ríos, árboles, flores y animales tenían sentidos humanos. El vino sabía dulce, escanciado por la juventud plena -un dios en las uvas-una diosa amante y maternal crecía henchida de gavillas doradas- la santa embriaguez del amor servía a la hermosísima esposa divina -una fiesta perdurable y colorida embriagaba la vida de los niños celestes y de los habitantes terrenales como una primavera a través de los siglos-. Todas las especies honraban con sencillez la llama suave y múltiple como lo más elevado del mundo. Sólo había un pensamiento, una pavorosa imagen soñada,que horrible entró a las mesas alegres y cubrió el ánimo de espanto salvaje.Los mismos dioses no sabían palabra algunaque consolara el pecho angustiado, era secreto el sendero de esa hostilidad,ni súplica ni ofrenda sosegaban ese furor;era la muerte que interrumpía el placer y la orgía con miedo y con dolor y con lágrimas.Separado eternamente de todo lo que incita el corazón con voluptuosidad,separado de los amados que en este mundose mueven por el dolor largo y un anhelo vano,apareció el sueño abatido que el muerto conoce,desmayada lucha sólo impuesta a él. Quebrado estaba el arco del gozo en la roca del disgusto infinito.Con espíritu audaz y ardor sensible el hombre embelleció su horripilante máscara-Un suave joven apaga la luz y reposa-suave es el fin como un soplo en el arpa.El recuerdo se derrite en el fresco río de sombras,así cantaba la canción a la triste necesidad.Indescifrable fue la noche eterna, signo grave de una fuerza remota.En el fin se inclinó el mundo viejo. Se marchitó el jardín de delicias de la estirpe joven -hacia el espacio desierto y frío avanzaban hombres precoces y crecientes. Los dioses desaparecieron con su cortejo-La naturaleza quedó solitaria y sin vida. Con una cadena de hierro se ciñó el número árido y la medida estricta. La inconmensurable flor de la vida se desbarató en oscuras palabras como en polvo y en aire.La creencia jurada había huido, y también la de múltiples transformaciones, la fraternal, celeste compañera, la Fantasía. Un viento frío del norte sopló con hostilidad sobre la campiña congelada y la patria maravillosa se disipó en el éter. Las lontananzas del cielo se llenaron de mundos brillantes. Hacia el santuario profundo, hacia el espacio de las entrañas se trasladó el alma del mundo con sus poderes -a imperar allá hasta el principio de la deliberación magnífica del mundo. La luz ya no era la residencia de los dioses ni símbolo del cielo- se cubrieron con el velo de la noche. La noche fue el seno poderoso de la revelación -a él volvían los dioses, dormían para brotar en nuevas formas magníficas sobre el mundo cambiado. En el Pueblo que despreciado por todos fue precoz y a la inocencia venturosa de la juventud había sido ajeno, apareció el mundo nuevo con un rostro nunca antes visto- en la pobreza de la cabana hermosa -Un hijo de la primera virgen y madre- fruto infinito de un abrazo secreto. Los sabios floridos y reprensivos del Oriente reconocieron antes que nadie el principio del tiempo nuevo. Una estrella mostró el camino a la cuna humilde del Rey. En nombre del vasto futuro le tributaron esplendor y perfume, las mayores maravillas de la naturaleza. Solitario se desenvolvía el corazón celeste hacia un cáliz florido de amor todopoderoso -vuelto al alto rostro del padre y tocando el pecho venturoso y severo de la madre grave y amorosa. Con fervor divinizado, los ojos del niño floreciente presagiaron los días futuros a sus amados, los retoños de su raza, sin cuidar del destino de sus días terrenales. Pronto se reunieron los espíritus infantiles del amor interior maravillosamente enternecidos a su alrededor. A su lado germinaba la nueva vida en forma de flores. Las palabras inagotables y felices del mensajero cayeron como chispas de un espíritu divino, desde sus labios amistosos. Desde costas remotas, nacido bajo el cielo claro de la Hélade, llegó un cantor a Palestina y ofrendó su corazón al niño maravilloso:Tú eres el zagal que desde hace mucho tiempoestá sobre nuestras tumbas con pensamientos hondos; señal de consuelo en la oscuridad-comienzo feliz de humanidad elevada.Lo que nos hundió en profunda tristezaahora con suave anhelo nos aleja de aquí.La vida eterna se conoció en la muerte, eres la muerte y nos das la salud.Lleno de felicidad se fue el cantor al Indostán -derramando el corazón ebrio de dulce amor en cantos de fuego bajo ese cielo suave en que mil corazones hacia él se inclinaban, y el mensaje crecía con millares de ramas. Después de que el cantor se despidió, la vida deliciosa fue víctima del hondo derrumbamiento humano-Murió en los años mozos, arrancado del mundo que amaba, de la madre en llanto y de los amigos temblorosos. La boca dulce bebió el cáliz oscuro de las penas inefables -Con miedo horrible se aproximó la hora del nacimiento del mundo nuevo. Luchó con fuerza contra el horror de la vieja muerte. Sobre él pesaba mucho el mundo antiguo. Una vez más miró afectuoso a la madre- entonces llegó la mano liberadora del amor eterno -y él durmió. Durante pocos días cubrió un velo profundo al mar que bramaba y a la tierra trémula- incontables lágrimas lloraban los amantes -Descubierto estaba el secreto- espíritus celestiales levantaron la antiquísima piedra de la tumba oscura. Los ángeles se sentaron alrededor del dormido -de sus sueños construidos levemente- despierto en la nueva magnificencia divina, escaló la altura del mundo recién nacido -sepultó con sus propias manos el viejo cadáver en la cueva abandonada y encima colocó, con manos todopoderosas, la piedra que ninguna fuerza levanta.Tus bienamados lloran lágrimas de alegría, lágrimas de emoción y de infinito agradecimiento a la orilla de tu sepulcro-con alegría y sorpresa te ven resucitar -y a sí mismos contigo; te ven llorar con dulce devoción en el pecho venturoso de la madre y pasear grave con los amigos, decir palabras como arrancadas del árbol de la vida; ven que te apresuras anhelante a los brazos del padre llevando a la humanidad joven y el recipiente inagotable del futuro de oro. La madre te seguía- en triunfo celeste -fue la primera contigo en el nuevo hogar. Transcurrió largo tiempo desde entonces; en perdurable y alto resplandor se agitaba tu nueva creación- y desde los dolores y los martirios, millares fueron hacia ti llenos de ansia, de fe y de fidelidad -peregrinan contigo y con la Virgen celeste en el reino del amor -sirven en el templo de la muerte celeste y son tuyos en la eternidad.Alzada está la piedra-la humanidad ha resucitado-nosotros somos tuyos sin ataduras.La aflicción más amarga huye de tu copa de oro cuando la tierra y la vida se retiran en la Ultima Cena.A los esponsables llama la muerte-las lámparas arden claras-las vírgenes ocupan su sitio, hay suficiente aceite-resuene en la lejanía todavía tu arrebato y nos llamen las estrellas con lengua humana y sonido.Hacia ti, María, se eleva un millar de corazones. En esta vida de sombras te requieren sólo a ti. Con ansiedad esperan convalecer.Acógelos, santa criatura, en tu pecho fiel.Así algunos se consumieronardiendo en tortura amargay huyeron de este mundodirigiéndose a ti,nos pareció que acudían a ayudarnosen el dolor y en la necesidad-ahora vamospara quedarnos eternamente conellos.No llora con dolor a ninguna tumba quien ama con fe. A nadie le robarán la dulce tenencia de amor-para mitigarle la ansiedadla noche lo extasía-fieles niños del cielo cuidan su corazón.Ten confianza, la vida marcha hacia la vida perdurable; dilatada en el interno ardor se transfigura nuestra mente. El universo de estrellas se deslíe en el vino dorado de la vida, lo gozaremos y seremos estrellas.Se dio el amor librementey no hay ya separación.Fluctúa la vida enteracomo mar infinito.Sólo una noche de placer-un poema eterno-el sol nuestroes el rostro de Dios.

6

ANHELO DE LA MUERTE.

Descender al seno de la tierra...

Descender al seno de la tierra,lejos del reino de la luz,el golpe salvaje y el furor dolorososon señal de un viaje feliz.Pronto llegamos en la barca estrechaa la ribera del cielo.Alabada sea la noche eterna, alabado el eterno sueño. El día nos dio calor y la pena larga nos marchitó. No deseamos ya las tierras extranjeras, queremos ir a la casa del padre.Qué debemos hacer en este mundo con nuestra lealtad y nuestro amor. Lo viejo se posterga, qué será pues lo nuevo, ¡oh!, solo y conturbado está quien ardiente y devoto ama el tiempo pasado.El tiempo pasado en que los pensamientosardían claros en llamas elevadas. Los hombres aún reconocían el rostro y la mano del padre. Con alto sentimiento, ingenuamente alguno todavía se asemejó a su imagen primera.El tiempo pasado en que aún brillabanestirpes prístinas y floridas,y los niños pedían para el reino de loscielostortura y muerte.Y cuando aún hablaba el deseo y lavidaalgún corazón estalló en amor.El pasado tiempo en que Dios mismo se daba a conocer en juventud llameantey a la muerte temprana con ansia amorosa consagró su dulce vida.Y miedo y dolor no evitópara sernos más querido.Con recelo y añoranza lo vemos oculto en la noche oscura, en esta temporalidad no se calma la sed. Debemos ir al hogar y ver ese santo tiempo.Detienen nuestro retornolos más amados, que aún reposan.Su tumba cierra nuestro camino de lavida,ahora tenemos dolor y miedo.Nada hay más que buscar-el corazón está saturado -el mundo,vacío.Infinita y secreta nos baña una dulce tormenta, oigo retumbar en las hondas distanciasun eco de nuestra tristeza. Los bienamados también añoran y nos envían el aliento de la nostalgia.Descender hasta la dulce novia, a Jesús, el amado-confiado, el crepúsculo ilumina al amante afligido. Un sueño rompe nuestras ataduras y nos hunde en el regazo del padre.

18/3/09

FRIEDRICH HOLDERLIN Poemas de la locura

FRIEDRICH HÖLDERLIN

POEMAS DE LA LOCURA

Precedidos de algunos testimonios de sus contemporáneos
Sobre los «años oscuros» del poeta

Traducción y notas de Txaro Santoro y José María Álvarez

ÍNDICE

A propósito de esta edición
Nota preliminar
Wilhelm Waiblinger: «Vida, poesía y
locura de Friedrich Hölderlin»
Wilhelm Waiblinger: «Fragmentos de su
diario»
Conversación entre el carpintero Zimmer y
el escritor Gustav Kühne
Bettina Von Arnim
Borrador de una carta de Hölderlin en
francés
Carta de Lotte Zimmer, hija del carpintero,
comunicando al hermano de Hölderlin la
muerte del poeta
Retrato de Hölderlin en su vejez
POEMAS DE LA LOCURA
1. Der Frühling / La Primavera
2. Aussicht / Visión
3. Der Frühling / La Primavera
4. Höheres Leben / Vida más elevada
5. Höhere Menschheit / Humanidad más
elevada
6. Des Geistes Werden... / El ser del
Espíritu
7. Der Frühling / La Primavera
8. Der Sommer / El Verano
9. Der Winter / El Invierno
10. Winter / Invierno
11. Der Winter / El Invierno
12. Der Sommer / El Verano
13. Der Frühling / La Primavera
14. Wenn aus der Ferne... / Si desde
lejos...
15. Der Sommer / El Verano
16. Der Herbst / El Otoño
17. Der Ruhm / La gloria
18. Der Frühling / La Primavera
19. Der Spaziergang / El paseo
20. Der Kirchhof / El cementerio
21. Das fröhliche Leben / La vida
alborozada
22. Dem gnädigsten Herrm Von Lebrel /
Al señor de Lebrel
23. Nicht alie Tage / No todos los días
24. Der Frühling / La Primavera
25. Der Mensch / El hombre
26. Wenn aus dem Himmel... / Cuando
del cielo...
27. Das Angenehmen dieser Welt... / Las
delicias de este mundo...
28. An Zimmer / A Zimmer
29. An Zimmer / A Zimmer
30. Aufden Tod cines Kindes / A la
muerte de un niño
31. Freundschaft, Liebe... / Amistad,
amor...
32. Auf die Geburt eines Kindes / En el
nacimiento de un niño
33. Der Herbst / El Otoño
34. Der Sommer / El Verano
35. Der Sommer / El Verano
36. Der Mensch / Los hombres
37. Der Winter / El Invierno
38. Das Guíe / El Bien
39. Aussicht / Vista panorámica
40. Der Winter / El Invierno
41. Der Winter / El Invierno
42. Griechenland / Tierra de Grecia
43. Der Frühling / La Primavera
44. Der Frühling / La Primavera
45. Der Frühling / La Primavera
46. Der Zeitgeist / El espíritu del tiempo
47. Freundschaft / Amistad
48. Die Zufriedenheit / La satisfacción
49. Die Aussicht / La visión


A PROPÓSITO DE ESTA EDICIÓN

La idea de recopilar y traducir para «Poesía Hiperión» los Poemas de la locura de Hölderlin
partió de José María Álvarez. Txaro Santoro, licenciada en Filología Alemana, fue la
encargada de recopilarlos y de traducirlos literalmente. José María Álvarez se encargó de la difícil tarea —imposible la llama él en la nota inicial— de verter los poemas a un castellano más poético, más rítmico, que al mismo tiempo se alejara lo menos posible del original. Se decidió, en cualquier caso, publicar junto a la traducción el texto alemán, único medio de poder contrastar la fidelidad de las versiones. La Editorial, posteriormente, resolvió completar el libro con los testimonios que lo encabezan, que fueron traducidos igualmente por Txaro Santoro. Fragmentos de algunos de ellos habían sido dados a conocer por Félix de Azúa en su edición del Empédocles (traducción de Feliu Formosa, Barcelona, 1974), pero la mayoría eran desconocidos para el lector español.

En cuanto a los poemas, aunque también algunos habían sido recogidos en distintas antologías de la obra del poeta, la mayor parte no habían sido traducidos a nuestro idioma ni recopilados excepto en las ediciones alemanas de Obras completas. En la lamentable edición publicada en Barcelona en 1977 con el título de Poesía completa de Hölderlin sólo figuran cuatro de estos poemas. La magnífica versión francesa que Pierre-Jean Jouve, en colaboración con Pierre Klossowski, publicó en 1930 (Poèmes de la folie de Hölderlin) incluía únicamente 29 de los 49 poemas que aquí se publican.

Wihelm Waiblinger

VIDA, POESÍA Y LOCURA DE FRIEDRICH HÖLDERLIN1

Al entrar en la casa del desdichado no se espera ciertamente encontrar allí al poeta que
gustaba deambular con Platón por las riberas del Iliso; tampoco es que se trate de una
mala casa, sino que es la vivienda de un carpintero acomodado, que posee una poco frecuente cultura para un hombre de su condición, y que incluso habla de Kant, Fichte, Schelling, Novalis, Tieck y otros. Se pregunta por la habitación del señor Bibliotecario —aún le gusta que le llamen así— y se llega ante una puerta pequeña. Al oír voces dentro, uno cree que tiene visita, pero el carpintero aclara que está completamente solo y que habla consigo día y noche.
Uno piensa, titubea sobre si llamar a la puerta o no; uno se siente inquieto. Por fin se llama y se oye un enérgico «¡Adelante»!
Se abre la puerta y en el centro de la habitación hay una figura enjuta que se inclina
profundísimamente sin cesar de hacer reverencias, con unos ademanes que estarían llenos de gracia si no tuvieran algo de convulsivos. Es de admirar su perfil, su despejada frente, su mirada amistosa, si bien apagada, no sin vida todavía; las devastadoras huellas de la enfermedad mental se notan en sus mejillas, en su boca, en su nariz, sobre los ojos, en los que hay un grave rasgo de dolor, y se percibe con pesar y aflicción el movimiento convulsivo que a intervalos se extiende por todo su rostro, le impulsa los hombros hacia arriba y le hace levantar especialmente manos y dedos. Lleva un sencillo jubón, en cuyos bolsillos laterales gusta de meter las manos. Uno le dice algunas palabras de introducción, que son acogidas con las más corteses reverencias y con un diluvio de palabras carentes de sentido que desconciertan al visitante. Hölderlin, que fue y sigue siendo muy cortés en las formas, siente entonces la necesidad de decir algo amable al visitante, formularle alguna pregunta. Lo hace; se escuchan unas cuantas palabras comprensibles, pero casi siempre resulta imposible contestarle. El propio Hölderlin no espera en absoluto una respuesta; más bien al contrario, se desorienta si el extraño
se esfuerza en seguir una idea. Ya hablaremos de ello más adelante, cuando tratemos de
nuestras conversaciones con él. De momento daremos sólo una rápida impresión. El extraño se ve tratado con los títulos de Su Majestad, Su Santidad, Reverendo Padre. Hölderlin está visiblemente turbado: acepta estas visitas de muy mala gana y después de ellas está más inquieto que antes. Por eso no me agradaba cuando alguien me pedía que le llevara a visitarle.
Yo prefería ir a verle solo, pues en caso contrario la visita le resultaba a aquel solitario, aislado de las relaciones con el mundo, demasiado chocante, demasiado perturbadora, y el extraño no sabía cómo comportarse, porque Hölderlin empezaba en seguida a agradecer la visita, a inclinarse de nuevo, y entonces era aconsejable no demorarse más tiempo allí. Desde luego, nadie permanecía mucho rato junto a él. Incluso sus antiguos conocidos encontraban la conversación demasiado inquietante, agobiante, aburrida, carente de sentido, pues era precisamente con ellos con quienes el Bibliotecario era más asombroso. En una ocasión fue a visitarle Friedrich Haug, el epigramático, que hacía tiempo que le conocía. También a él le trató de Real Majestad y le llamó señor Barón Von Haug. A pesar de que el viejo amigo aseguraba que no era noble, Hölderlin no cesó en modo alguno de dispensarle aquel distinguido título. Ante los desconocidos mostraba una absoluta falta de sentido.
Al principio escribía mucho. Llenaba todos los papeles que se le pusieran a mano. Eran
cartas en prosa o en metro pindárico libre, dirigidas a su amada Diótima, y también escribía odas alcaicas. Había adoptado un estilo extraordinariamente singular. Sus temas eran el recuerdo del pasado, la lucha con la Divinidad, las fiestas de los griegos. Por ahora nada diré 1 Se traducen aquí las páginas más significativas del libro Friedrich Hólderlins Leben, Dichtung und Wahsinn, de 1839. Nos hemos basado en la edición anotada que Adolf Beck realizó en 1951 a partir del manuscrito original, y que fue publicada por el «Schiller-Nationalmuseum» de Marbach para los miembros de la «Friedrich Hölderlin Gesellschaft». Waiblinger fue un estudiante que en sus años de Tubinga frecuentó la compañía del poeta y nos dejó importantes, aunque romos, testimonios sobre él en este texto en su Diario. (W. Waiblinger, Vida, poesía y locura de Friedrich Hölderlin, Edición de Txaro Santero y Anacleto Ferrer, Madrid, Eds. Hiperión, 1988). respecto a su coherencia interna.
En los primeros tiempos de estancia en casa del carpintero padecía muchos ataques de ira, de forma que aquél hubo de utilizar su recio puño para imponerse a golpes al iracundo. En una ocasión echó de la casa a todos sus compañeros y cerró la puerta. Se encoleriza y convulsiona nada más ver a alguien del Clínico. Cuando aún salía solo con una cierta frecuencia, estaba expuesto a las burlas de esas personas infames que hay en todas partes, para cuya bestialidad ni siquiera la terrible desintegración mental producto del infortunio deja de ser objeto de estúpidas burlas. Cuando Hölderlin reparaba en ello se tornaba tan violento que les lanzaba piedras y barro y seguía furioso durante todo el día. Con profundo pesar hemos tenido que advertir que incluso los estudiantes eran lo suficientemente brutales como para irritarle y encolerizarle. No decimos sobre esto sino que de todas las bribonadas que engendra la holgazanería en la Universidad, ésta es una de las más infames. Con alguna frecuencia la mujer del carpintero, o bien alguno de sus hijos o hijas, llevaban al pobre a las fincas y viñedos, donde él se sentaba sobre una piedra y esperaba hasta que volvían a casa. Hay que señalar que había que actuar con él igual que con un niño para que no fuera terco. Cuando sale hay que exigirle antes que se lave y asee, puesto que normalmente tiene las manos sucias porque se entretiene durante media jornada en arrancar hierba. Cuando ya está vestido no quiere salir de ningún modo. Se levanta el sombrero, calado hasta los ojos, ante un niño de dos años, si no está demasiado enfrascado en sí mismo. He de decir que es signo de alabanza que las gentes de la ciudad que le conocen no le hacen burla, sino que le dejan seguir en paz su camino, diciendo muchas veces: «¡Ay, qué inteligente y culto era este hombre y ahora está chiflado!» Pero no le dejan salir solo más que a pasear por el paseo de ronda, ante la casa. Al principio, a veces, iba a ver al distinguido señor Conz, recientemente fallecido. Este activo y laborioso amante de la antigua Literatura tenía ante la Puerta de Hirschaue de Tubinga un huerto al que encaminaba sus pasos todos los días una hora antes del mediodía, costumbre ésta que observó durante decenios. Durante veinticinco años se vio a esa hora pasar su pesado cuerpo y detenerse inmediatamente ante la Puerta, en la que regularmente el guardián le encendía la pipa. Entonces el poeta seguía adelante tranquilo y despacio y permanecía en los campos o en la finca varias horas. Cuando estaba traduciendo a Esquilo, Hölderlin, que tenía entonces más entusiasmo y fuerza, iba a menudo con él. Se entretenía en recoger flores, y cuando había formado un buen ramillete, lo destrozaba y se lo metía en el bolsillo. Conz le daba a veces algún libro. Me contó que una vez Hölderlin se inclinó sobre él y leyó unos versos de Esquilo, pero acto seguido prorrumpió en una risa convulsiva: «No entiendo eso. Es lenguaje kamalatta», pues a las peculiaridades de Hölderlin pertenece también la creación de palabras nuevas.
Estas visitas cesaron con el tiempo, al irse debilitando y volviéndose apático. Me costaba trabajo lograr de vez en cuando que fuera de paseo conmigo al huerto de Conz. Ponía oda clase de excusas; decía: «No tengo tiempo, Su Santidad —pues también yo recibí todos los títulos sin excepción—; he de esperar a una visita», o usaba una singularísima fórmula habitual en él que rezaba: «Usted ordena que yo permanezca aquí». Pero algunas veces, cuando el tiempo era bueno y despejado, lograba que se vistiera y salíamos. Una vez, un día de primavera, estuvo sumamente alegre por la riqueza de los arbustos llenos de flores y alabó la belleza del huerto del modo más cortés. Pero solía ser menos razonable en general de lo que lo era cuando estaba solo conmigo. Conz se esforzaba en que recordara el pasado, pero en vano. Una vez dijo: «El Señor Consejero Áulico Haug, a quien usted debe recordar sin duda todavía, ha escrito hace poco un poema muy bello». Hölderlin, sin prestar ninguna atención a lo que se le decía, como de costumbre, replicó: «¿Ha escrito uno?», de tal manera que Conz rió de buena gana. Después volvimos a casa y Hölderlin, al despedirse en la calle, besó la mano del señor Conz del modo más elegante. Su jornada es extremadamente simple. Por la mañana, sobre todo en verano, que es cuando se halla más intranquilo e inquieto, se levanta con el sol e incluso antes y abandona inmediatamente la casa para ir a pasear al parque zoológico. Este paseo se prolonga por acá y por allá cuatro o cinco horas, hasta que está cansado. A menudo se entretiene llevando en la mano un pañuelo y dando con él en los postes del cercado o arrancando la hierba. Lo que encuentra, aunque sólo sea un pedazo de hierro o cuero, se lo guarda y se lo lleva. Entretanto, habla consigo mismo y se pregunta y responde tan pronto «sí» como «no», y a menudo ambas cosas, porque le gusta negar. Después vuelve a casa y anda de acá para allá. Se le lleva la comida a su habitación y come con buen apetito; también le gusta el vino y bebería cuanto se le diera. Cuando termina de comer no puede soportar ni un instante tener el servicio en su cuarto y lo coloca inmediatamente sobre el suelo ante el umbral de la puerta. No quiere de ningún modo tener en su habitación más que lo que es suyo; todo lo demás lo pone en el acto ante la puerta. Lo que resta del día transcurre en diálogos consigo mismo y en ir de arriba para abajo por su cuarto. Con lo que puede entretenerse jornadas completas es con su Hiperión. Suele tenerlo casi siempre abierto. Cientos de veces, cuando iba yo a visitarle, ya desde afuera le oía declamar en voz alta, y lo hace con gran patetismo. Muchas veces me leía fragmentos. Cuando terminaba un párrafo comenzaba a decir con una mímica exagerada: «¡Qué hermoso, qué hermoso, Vuestra Majestad!». Luego continuaba leyendo, pero podía añadir de pronto: «¡Mire, estimado señor, una coma!». También me leía muchas veces fragmentos de otros libros que yo le ponía a mano, pero no entendía nada, porque estaba demasiado disperso y no podía seguir ni siquiera un pensamiento propio, cuanto menos uno ajeno. Sin embargo, alababa siempre el libro de forma mdesmesurada, con su habitual cortesía. Sus restantes libros se reducen a las Odas de Klopstock, Gleim, Kronegk y poetas antiguos similares2. Lee a menudo las Odas de Klopstock y las exhibe inmediatamente. Incontables veces le dije que su Hiperión se ha vuelto a editar y que Uhland y Schwab han recopilado sus poemas3. Nunca recibí, sin embargo, otra respuesta que una profunda inclinación y las palabras: «¡Es usted muy deferente, señor Von Waiblinger! Le tengo mucha estima, Su Santidad». Muchas veces, cuando sin más cortaba mis preguntas de este modo, yo insistía en lograr una respuesta razonable, volvía sobre mis palabras, no cejaba, caía de nuevo en lo mismo dando un giro y solamente desistía cuando se agitaba violentamente y comenzaba con una terrible verbosidad desordenada y carente de sentido. El carpintero se asombraba de que yo pudiera ejercer tanta autoridad sobre él, de que viniera conmigo tan pronto como yo quisiera y de que también en mi ausencia se preocupase tanto de mí. Lo que más le distraía cuando estaba conmigo era la agradable finca que yo habitaba en el Oesterberg, la misma en la que Wieland escribiera las primicias de su musa. Hay desde allí una vista de amables valles verdes, la ciudad que se levanta en el Schlossberg, el recodo del eckar, varios risueños pueblecitos y la cadena del Alb. Han pasado ya más de cuatro años desde que pasé allí un agradable verano rodeado de verdor, con una vista tan refrescante y casi en plena Naturaleza. Desgraciadamente pesaba entonces sobre mi ánimo una opresión tan grave que ni siquiera el disfrutar de tan reconfortante naturaleza lograba serenarme y fortalecerme. Allí era donde yo llevaba a Hölderlin una vez por semana. Allá arriba, al entrar en la finca, hacía siempre reverencias alabando del modo más solícito mi amabilidad y afecto. Empleaba alocuciones corteses en todas partes y era como si realmente con ellas quisiera mantener expresamente las distancias con todo el mundo. Si lo hacía por algún motivo, seguro que era por éste; sin embargo, a mí me parece exagerado que atribuyera siempre y a todo el mundo motivaciones más profundas que la extrañeza y la curiosidad. Hölderlin abría la ventana, se sentaba cerca de ella y empezaba a alabar la vista con palabras absolutamente comprensibles. Yo me daba cuenta de que en general le sentaba bien estar al aire libre. Hablaba menos consigo mismo y esto es un claro indicio para mí de que lograba una 2 J. W. L. Gleim (1719-1803), compañero de Klopstock en Halberstadt, anacreóntico, autor de Canciones de guerra prusianas. Cronegk (1731-1758), autor de la tragedia Olinto y Sofromia (basada en un episodio de la Jerusalén liberada, de Torcuato Tasso). Además, Hölderlin tenía, cosa que está comprobada, los Poemas de Friedrich von Hagedorn (1708-1754) y los de F. W. Zacharías (1726- 777), libros que pertenecían a su padrastro. Su biblioteca particular, de no muchos volúmenes, estaba en Nürtingen y se vendió allí una vez muerto Hölderlin. 3 Los Poemas, preparados desde 1820, se publicaron en 1826. El Hiperión se publicó: el primer tomo, en 1797, y el segundo, en 1799. Se reeditó en 1822. mayor claridad, pues me he convencido de que aquel incesante hablar consigo mismo no era sino una consecuencia de la falta de fijeza de su pensamiento y de la incapacidad de retener un argumento. Pero de esto hablaré más adelante. Yo proveía a Hölderlin de rapé y tabaco, que le proporcionaban mucha alegría. Con una pulgarada de rapé le ponía contento, y si le llenaba la pipa y se la encendía, hacía alabanzas muy calurosas del tabaco y del utensilio y se encontraba plenamente satisfecho. Cesaba de hablar, y como se sentía de maravilla y no era conveniente molestarle, yo le dejaba mientras leía alguna cosa. Le daba mucho que pensar la fórmula pan teísta «Uno y Todo» escrita en grandes caracteres griegos en la pared sobre mi mesa de trabajo. A menudo hablaba consigo mismo largo rato, mirando siempre aquel signo pleno de secretos y significados, y en una ocasión dijo: «¡Me he vuelto ortodoxo, Su Santidad! ¡No! ¡No! En la actualidad estoy estudiando el tercer tomo del señor Kant y me ocupo mucho de la nueva filosofía». Le pregunté si se acordaba de Schelling, y contestó: «Sí, estudiaba en la misma época que yo, señor Barón». Le dije que ahora estaba en Erlangen, y me contestó que antes había estado en Munich y me preguntó si yo había hablado alguna vez con él, a lo que le contesté que sí. Recordaba a Mathisson, a Schiller, a Zollikofer, a Lavater, a Heinse y a muchos otros, pero no a Goethe, como pude constatar. Su memoria seguía siendo buena. Una vez me pareció sorprendente que tuviera un retrato de Federico el Grande colgado en la pared y le pregunté por ello, a lo que me contestó: «Eso ya lo había advertido usted en otra ocasión, señor Barón», y recordé que, en efecto, ya lo había advertido yo varios meses antes. Así que reconoce a todos cuantos ha visto. Nunca olvidaba que soy poeta y me preguntaba incontables veces qué es lo que estaba haciendo y si había trabajado mucho. Aunque, naturalmente, podía decir acto seguido: «Yo, estimado señor, ya no tengo el mismo nombre. Ahora me llamo Killalusimeno. ¡Oui, Vuestra Majestad! Usted lo dice, usted lo cree, ¡nada ha de sucederme!» Esto último se lo escuché repetidas veces. Es como si quisiera asegurarse y tranquilizarse, escudándose siempre tras la idea de que nada ha de sucederle. Yo le daba también papel de escribir. Entonces se sentaba ante el escritorio y hacía algunos versos, incluso rimados. Pero carecían de sentido, especialmente los finales, aunque fueran métricamente correctos. Después se levantaba y me los alargaba con grandes cumplidos. Una vez escribió debajo: «Su humildísimo Hölderlin».4 En cierta ocasión yo le había dicho que por la tarde había concierto. Había pensado si no sería posible procurarle ese placer. Solo, no podía arriesgarme. Quizá la música le influyera demasiado, o quizá había que temer la impertinencia de los estudiantes. El caso es que abandoné con él la finca. Estaba totalmente ensimismado y no decía una sola palabra. Cuando llegué con él a la ciudad, me miró como si despertara y dijo: «Concierto». Seguro que había estado pensando en ello, pues la música no le ha abandonado del todo. Aún toca el piano, aunque de un modo sumamente extraño. Cuando se pone a ello puede permanecer sentado días y días. Toma entonces una idea de simpleza infantil y puede tocarla y volver a tocarla cien veces, de modo que se hace insoportable. A eso se añaden unos rápidos movimientos convulsivos que le obligan a veces a recorrer las teclas como un rayo, y el molesto golpear de sus larguísimas uñas, pues se las deja cortar con sumo disgusto y para convencerle son necesarias un sin fin de
artimañas, como se hace con los niños tercos y caprichosos. Cuando ha tocado un rato y su alma se ha enternecido, cierra a veces los ojos, levanta la cabeza y parece que estuviera a punto de expirar; comienza a cantar. Nunca pude saber en qué idioma, a pesar de haberle escuchado a menudo, pero lo hacía con exaltado patetismo y resultaba estremecedor verle y oírle. Su canto rezumaba melancolía y tristeza. Se notaba que había sido un buen tenor. Los niños le gustan mucho, pero ellos le tienen miedo y le huyen. Teme extraordinariamente la muerte, siendo, como es muy miedoso. Es fácil de asustar por su tremenda debilidad nerviosa. Se sobresalta al menor ruido. Cuando está agitado, encolerizado o simplemente de mal humor, se le contrae todo el rostro, sus muecas son violentas, retuerce los dedos como si no 4 Más tarde firmaría habitualmente «Scardanelli». Schwab cuenta que «en tiempo de Waiblinger no rechazaba aún el nombre de Hölderlin, del que más tarde renegaría absolutamente. En una ocasión en que le pedí que firmara con ese nombre al pie de un poema, se enfureció». tuviera articulaciones y grita en voz alta o se dirige impetuosos discursos a sí mismo. En momentos así hay que dejarle solo hasta que haya cedido la agitación, pues en otro caso él mismo coge al visitante por el brazo y lo saca afuera. Si está totalmente irritado, se queda en la cama y no se levanta en varios días. En una ocasión se le ocurrió súbitamente viajar a Frankfurt. Le escondieron las botas y eso encolerizó al señor Bibliotecario de tal modo que permaneció cinco días en cama. En verano le atormenta la intranquilidad con tanta frecuencia que se pasea noches enteras por la casa arriba y abajo. Yo quería darle algunos libros y pensaba que le gustaría leer a Hornero, al que todavía recordaba. Le llevé uno traducido, pero no lo aceptó. Entonces se lo dejé al carpintero y le dije que debía asegurar que le pertenecía. Ni así lo aceptó Hölderlin. El motivo no es el orgullo, sino el temor a la intranquilidad si introduce en su vida algo extraño. Solamente lo habitual le permite estar en paz: el Hiperión y sus polvorientos poetas antiguos. En estos veinte años Hornero se le ha convertido en un extraño y todo lo nuevo le molesta. También le invité a ir conmigo a un huerto en el que había una taberna5. Desde allí la vista era muy bella y se estaba al abrigo de miradas ajenas. Hölderlin era todo un hombre bebiendo. También le gustaba la cerveza y aguantaba más de lo que pudiera creerse. De todas maneras, yo cuidaba de que jamás traspasase el límite. Si fumaba entonces una pipa, se encontraba plenamente a gusto, cesaba de hablar y estaba sosegado. Escribía a su anciana madre, aunque siempre había que recordarle que lo hiciera. Estas cartas no carecían de sentido; se esforzaba y lograba incluso ser claro, pero de un modo y con un estilo semejante al de un niño que aún no sabe pensar ni escribir con soltura. Una de ellas estaba bien, pero terminaba así: «Veo que tengo que acabar». Aquí empezó a embrollarse, lo notó él mismo y terminó. Este estado suyo sería comparable a los trastornos del pensamiento que se observan en las enfermedades, en los dolores de cabeza intensos, en estados de gran somnolencia y, por las mañanas, después de una noche de excesos alcohólicos. Se aficionó tanto a mi finca que años después de que yo no la habitara aún preguntaba por mí, y cuando iba con la mujer del carpintero a algún viñedo cercano, subía muchas veces a la puerta de la casita y afirmaba decididamente que allí vivía el señor Von Waiblinger. La Naturaleza, un hermoso paseo, el cielo despejado, siempre le hacían bien. Es una suerte que desde su cuarto se goce de una risueña vista del Neckar que baña su casa, unas deliciosas praderas y una zona montañosa. De aquí proceden una serie de imágenes claras y certeras en los poemas que escribe cuando el carpintero le da papel. Es curioso que no se le pueda hacer hablar de aquellas cuestiones que le absorbían en otros tiempos, en épocas mejores. Ni una palabra dice de Frankfurt, Diótima, Grecia, sus poemas y asuntos semejantes que fueron tan importantes para él. Cuando se le pregunta directamente si hace mucho tiempo que no ha ido a Frankfurt, contesta con una inclinación: «Oui, Monsieur, usted afirma eso», y después sigue un aluvión de palabras medio en francés.
Se le proporcionó una extraordinaria alegría al llevar en los últimos años un sofá pequeño a su cuarto. Cuando fui a visitarle me lo comunicó con infantil entusiasmo, mientras me besaba la mano y me decía: «Mire, estimado señor, ahora tengo un sofá». Tuve que tomar asiento inmediatamente. Tiempo después, al visitarle, encontré a Hölderlin sentado en él la mayoría de las veces. En aquella época en que paseaba con él, hacía yo muchos viajes a Italia, Suiza y el Tirol, y cuando regresaba, él siempre sabía dónde había estado. Le gustaba especialmente hablar de Suiza, hacía alabanzas de la hermosa comarca de Zürich y St. Gallen, y mencionaba a los señores Lavater y Zollikofer.6 Una vez le dije que me iba a Roma, que tardaría un cierto tiempo 5 Estos lugares debieron dar pie a los poemas. «La vida alborozada» y «El paseo». 6 J. K. Lavater, teólogo de Zürich, muerto en 1802, pocas semanas antes de la llegada de Hölderlin a Suiza. Así, pues, el poeta sólo podría haber ido a visitarle durante su viaje a los Alpes en la primavera de 1791, aunque también esto es dudoso. La referencia a Zollikofer debe ser un error o bien un malentendido de Waiblinger, pues Georg Joaquin Zollikofer, de una conocida familia de St. Gallen, amigo de Lavater, afamado predicador a quien Goethe admiraba y al que cita en su obra Poesía y en regresar, y le invité de corazón a ser mi compañero de viaje. Sonrió con la complaciente inteligencia con que sólo un sabio puede sonreír y dijo: «Yo, estimado señor, he de quedarme en casa, ya no puedo viajar».
Algunas veces daba tales respuestas que uno no podía por menos de reír, sobre todo porque lo hacía con un gesto que parecía realmente de burla. Le pregunté una vez qué edad tenía, y sonriendo respondió: «Diecisiete, señor Barón». Pero esto no es ironía, sino absoluta distracción. Nunca presta atención a lo que se le dice, porque siempre está luchando en su interior con sus confusos pensamientos faltos de claridad, y si se le quiere sacar bruscamente de estas obtusas meditaciones con una pregunta, hay que darse por satisfecho con lo primero que se le venga a la boca. Así ocurrió una vez en que iba yo con él paseando por una pradera, dejándole ir junto a mí largo rato inmerso en sus pensamientos. Repentinamente le llamé la atención acerca de una casa de nueva construcción y le dije: «Mire, señor Bibliotecario, seguro que no ha reparado usted en este edificio». Hölderlin despertó de pronto y me contestó con un tono que parecía que la felicidad del mundo dependiera de ello: «Oui, Vuestra Majestad». Tengo en Alemania muchas de las cosas que escribió durante su triste vida y las sacaría a la luz si me fuera posible7. Sólo recuerdo una Oda de medida alcaica que empieza con los siguientes versos de conmovedora belleza:

A DIÓTIMA

Si desde lejos, aunque separados,
Me reconoces todavía, y el pasado,
Oh tú, participante de mis penas,
Significa algo hermoso para ti...

En los últimos versos ya se veía que no podía abarcar la idea, como un principiante o un mal poeta que no acierta a manifestar con claridad lo que pretende y no domina suficientemente el medio como para expresar con fuerza lo que siente. A lo largo de sus cartas hay una lucha y una batalla contra la Divinidad o el Destino, como él gusta de llamarlo. En un pasaje dice lo siguiente: «Celestial Divinidad, ¡cómo nos vimos las caras cuando te planteé diversas batallas y te arrebaté algunas significativas victorias!» Encontré en una ocasión unas terribles palabras llenas de misterio entre sus papeles.
Después de alabar a los héroes griegos y la belleza de los antiguos dioses, comienza: «Entiendo a los hombres ahora que vivo lejos de ellos y en soledad». La visión de la Naturaleza le es todavía sumamente clara. Es un motivo de satisfacción que la Naturaleza, santa madre de todo lo vivo, que Hölderlin celebró con su poesía más cuerda,
sublime y de mayor frescura, sea entendida por él también allí donde el mundo de las simples ideas se pierde en un desdichado caos y ya no le es dado seguir de un modo consecuente una deducción pura. Esto lo prueba su comportamiento al aire libre, la impresión, el efecto bienhechor y tranquilizante que tiene sobre él, y sobre todo algunas hermosas imágenes que extrajo sin vacilación de la Naturaleza, viendo desde su ventana el ir y venir de la Primavera. Así pintó en unos versos de un modo intuitivamente homérico el paso de las ovejas por un sendero8. Veía eso muchas veces desde su ventana. Llegó a un pensamiento totalmente sublime viendo caer las plateadas gotas de lluvia del tejado. Pero, por supuesto, buscar relaciones es inútil; si se esfuerza en decir algo abstracto, se embrolla, queda como tullido y al final lo salva con una sintaxis extravagante. La gran equivocación en la que caen algunos fugaces observadores de este estado de confusión de su alma es la de creer que Hölderlin tiene la idea fija de no tratar sino con reyes, papas y señores principales, ya que otorga estos títulos a cualquiera, incluso al carpintero. Esto
verdad, murió en 1788. 7 Los escritos de Hölderlin que Waiblinger poseía, a excepción de algunos que dio a Mörike, se han perdido. 8 Véase el poema «Si desde el cielo...». La imagen del puentecillo sobre el arroyo aparece también en otros poemas escritos durante la enfermedad. es falso: Hölderlin carece de una idea fija que le domine continuamente. Más se halla en un
estado de debilidad que de locura, y todo aquello carente de sentido que dice es consecuencia de un agotamiento físico y mental. Aclarémoslo: Hölderlin se ha vuelto incapaz de asir una idea, de tenerla clara, desarrollarla, relacionarla con otra análoga y enlazar también de este modo lo no inmediato por medio de una sucesión regular de términos medios. Su vida, como hemos visto, es totalmente interior, y esto es sin duda una de las causas principales de que haya caído en ese estado de embotamiento del que ni la postración física ni la increíble debilidad de sus nervios le permiten salir. Si se le ocurre algo, sea un recuerdo, una observación quizá que le despierta un objeto del mundo exterior, empieza a pensar; pero le falta la paz necesaria, la firmeza y la fijeza para comprender lo que se le aparece como en una neblina. Tendría que entrenarse, y le falta fuerza para analizar los rasgos de un solo concepto. Quiere afirmar, pero como nada le importa la verdad, pues ésta sólo puede ser producto de un pensamiento sano y ordenado, niega al instante, pues todo el mundo del espíritu es para él niebla y reflejo y todo su ser se ha inmerso en un idealismo decididamente terrible. Si por ejemplo se dice a sí mismo «los hombres son felices», le falta detenerse a formularse con claridad las preguntas de cómo y por qué, siente una sorda sensación de disgusto, se retracta y dice: «Los hombres son desgraciados», sin preocuparse del porqué ni del cómo. Esta funesta contradicción, que le destruye el pensamiento en gestación, pude comprobarla incontables veces, puesto que tiene el hábito de pensar en voz alta. Si lograba fijar realmente un concepto o una idea, inmediatamente se le iba de la cabeza, se embrollaba más, un movimiento convulsivo le cruzaba la frente, movía la cabeza y gritaba: «¡No! ¡No!» Para deshacerse de esa convulsión que tanto le agitaba, caía casi en seguida en un delirio, decía palabras carentes de sentido y significado, como si su espíritu demasiado fatigado por aquel exceso en la tarea de pensar, debiese descansar, mientras la boca emitía palabras en las que el espíritu nada tenía que ver. Esto también se ve claramente
en sus escritos. Todavía es capaz de escribir una frase que es más o menos el núcleo del tema que quiere exponer. Esta frase es clara y correcta, aunque casi siempre sea nada más que un recuerdo. Pero cuando ha de llevarla adelante, elaborarla, desarrollarla, cuando se trata de mostrar si se halla en condiciones de meditar sobre aquel recuerdo conservado y de crear de nuevo en cierto modo el pensamiento recién captado, se equivoca inmediatamente y en vez de un hilo que anude lo múltiple, hay muchos que se mezclan y se pierden de este modo en un tejido desordenado como en una telaraña. Inmediatamente pierde claridad, salta de una cosa a otra, y al final, las palabras le cuestan el mismo trabajo que a un niño que, no habituado aún a pensar y escribir, se esfuerza en explicarse por escrito. Pero, como ya hemos dicho más arriba, tiene todavía en la cabeza una buena cantidad de ideas sublimes y metafísicas; le ha quedado, además, un certero sentido para la gracia poética, para la expresión original, y se muestra
oscuro y sumamente extravagante, tan incapaz de captar las burbujas de su espíritu que
ascienden como un vaho o de dar a aquel recuerdo un nuevo giro o una clara consistencia, como por otra parte esforzado en disimular su confusión por medio de una forma nada habitual, que conserva fuerza todavía, y por un medio de expresión que parece intencionado. A este tipo de poemas pertenecen ya algunos fragmentos incluidos en la recopilación que han publicado de los suyos. Aun cuando encierran belleza, frescura, claridad e incluso hay en ellos soberbios momentos de alto vuelo, se encuentran, sin embargo, abismos que parecen manchas sombrías sobre una superficie de agua mansa y soleada. Ya entonces el espíritu de Hölderlin, cuyos sufrimientos empezaron precisamente en la época en que escribió dichos poemas, nadaba en la confusión y no se hallaba en situación de dominar del todo el tema. Siempre está ocupado en sí mismo, cuando no se halla en un estado de absoluto embotamiento. Si entra en contacto con alguna persona, aparecen los motivos más diversos para que se vuelva huraño e inaccesible. En principio, lo habitual es que esté tan ensimismado que no preste la menor atención a lo que está fuera de él. Hay un abismo inconmensurable entre él y
el resto de la humanidad. Se separó de ella por decisión propia cuando las fuerzas le fallaron. Ya no tiene más lazos de unión con ella que los meros recuerdos, la mera costumbre, la necesidad y el instinto, aún no del todo extinguido. Por ejemplo, una vez se asustó extraordinariamente al ver a un niño en una posición peligrosa en la ventana, salió corriendo y lo quitó de allí. Esta aparente participación en lo humano es lo que le ha quedado de aquel profundo sentimiento de cálida franqueza que tuvo, pero es sólo un impulso instintivo. Le sería indiferente si se le dijera que los griegos habían sido exterminados con toda su descendencia o que habían vencido por completo y se habían constituido por fin en Estado independiente; no lo tomaría en cuenta ni pensaría en ello, porque le queda demasiado lejano, demasiado ajeno, le perturba en exceso9. Del mismo modo, si le hubieran dicho que yo había muerto, habría contestado con gran emoción: «Nuestro Señor Jesús, ¿ha muerto?» Pero en un primer momento no habría sentido ni pensado nada, sus palabras de aparente interés serían una fórmula que siempre desea observar, y solamente más tarde, cuando ya hubiera hallado cabida en él, habría hablado de mi muerte. Nada más, con seguridad, pues ya no puede interesarse en absoluto en
los demás. Esta incesante dispersión, este ocuparse de sí mismo, esta total falta de participación e interés en lo que está fuera de él, esta aversión e incapacidad de captar, admitir, comprender, querer aceptar otra individualidad, todos estos motivos imposibilitan una verdadera comunicación con él. Pero no hay que olvidar que ha conservado una gran vanidad, una especie de orgullo y amor propio. Durante sus veinte años de soledad encontró alimento para ello, puesto que vivía separado de todo el mundo y se acostumbró a no necesitarlo. Y puesto que no había posibilidad alguna de relación satisfactoria con él, se consolaba y tranquilizaba a sí mismo con arrogantes ilusiones y se consideraba excelso o sublime, tal como antes en público, semirreconocido en el mundo por medio de acciones y obras, así ahora en su vida aislada en la que él es yo y no-yo, mundo y hombre, primera y segunda persona. Pero esta alta opinión de sí mismo se halla encubierta por la gracia afable y los evidentes dones de su naturaleza, educación y buenos modales naturales, congénitos; por su sentido del tacto, que ahora sólo se hace imperceptible en alguna ocasión por distracción o falta de atención; por su trato con hombres exquisitos de todo tipo, e incluso con personas de alta posición, que no permite que aflore, y Hölderlin se comporta incluso con tal discreción que se ha ganado muchas voluntades. Estaba tan acostumbrado a todas esas fórmulas de cortesía y a todos esos cumplidos, que los sigue observando con cualquier persona. Con una vida anímica tan perturbada, con un aislamiento tan largo, ha de llegar a las cosas más absurdas, y así
también exagera aquella corrección y ceremonial y llama a las gentes tan pronto Majestad, tan pronto Santidad, tan pronto Barón y tan pronto Páter. Además, no hay que olvidar que estaba en la Corte cuando le sobrevino la demencia más fuerte y definitiva, y que puede que su juego encierre algo de orgullo, vanidad e incluso a veces una excéntrica propensión a mantener a las personas a una distancia insalvable. Pero no hay que pensar que crea realmente que trata con reyes, pues, como ya observé más arriba, no es un loco, no tiene una idea fija y su estado es solamente el de una debilidad de espíritu que, a causa de las lesiones de su sistema nervioso, se ha convertido en una enfermedad incurable. Evita todo aquello que le atormente, que le excite más aún la función de pensar, y así no recuerda sino con disgusto las circunstancias más importantes de su vida anterior que le provocaron la enfermedad. Pero si esto le sucede, se intranquiliza terriblemente, vocifera, grita, anda de acá para allá toda la noche, está más disparatado que de costumbre y no cesa hasta que su debilitada naturaleza física exige sus derechos. Si está furioso e irritado, como por ejemplo en aquella ocasión en que de pronto se le metió en la cabeza ir a Frankfurt, intenta de pura amargura reducir su cuarto, al que ya ha reducido todo el ancho mundo, a un espacio aún menor, como si de esta manera estuviera más seguro, más tranquilo, y pudiera soportar mejor el dolor. Entonces se mete en la cama. Todo lo carente de sentido que se dice a sí mismo y a los demás es consecuencia de su modo de entretenerse. Está solo, se aburre, tiene que hablar. Dice algo razonable, no puede desarrollarlo; se le ocurre otra cosa, que es desplazada y anulada por una tercera, y ésta, por una cuarta. De ahí surge una terrible confusión, se siente mal por ello y dice disparates, charla sin 9 Compárese con el relato de Schwab sobre la mejoría que Hölderlin experimentó en 1823 y 1824: «Las noticias de la guerra de independencia griega le emocionaban en algunos momentos y escuchaba embelesado cuando le contaron que los griegos eran señores de Morea (del Peloponeso)». sentido mientras su espíritu descansa. Si está con alguien, cree que tiene que ser cortés y sociable; así que pregunta, dice algo, pero sin el menor interés hacia el extraño, como tampoco hacia lo que éste le conteste. Mientras tanto, su pensamiento se embrolla tanto consigo mismo que anula nmediatamente a la otra persona y se dedica a hablar solo. Si entonces se encuentra
en la circunstancia de tener que contestar, no quiere pensar, no entiende lo que se le dice, porque no presta atención, y entonces despide al interlocutor con disparates.
Sus incontables y extravagantes rarezas son en gran parte producto —fácilmente explicable — de su vida solitaria. Si hombres a los que se llama razonables y que se retiran de la vida en sociedad durante muchos años, llegan, especialmente si no trabajan, a cosas que ni siquiera a un loco de remate se le ocurrirían, cuánto más un desdichado que, tras una juventud llena de esperanzas y alegrías, llena de hermosura y riqueza, debido a una funesta combinación de las circunstancias y a un espíritu excesivamente sensible, un espíritu sobreexcitado, vive décadas enteras lejos de cualquier contacto con el mundo y no cuenta para pasar el tiempo con nada más que el ruinoso mecanismo de su facultad de pensar. Cuando yo dejé Alemania, Hölderlin había adelgazado considerablemente, estaba más postrado que de costumbre y más callado también.
Seis años atrás su mirada aún tenía fuego y fuerza, y su rostro vida y calor, pero al final
estaba más descolorido y sin vida. Hace mucho tiempo que no he sabido más de él.


POEMAS DE LA LOCURA

Edición bilingüe

1
DER FRÜHLING

Es kommt der neue Tag aus fernen Höhn herunter,
Der Morgen der erwacht ist aus den Dämmerungen
Er lacht die Menschheit an, geschmükt und munter,
Von Freuden ist die Menschheit sanft durchdrungen.
Ein neues Leben will der Zukunft sich enthüllen,
Mit Blüthen scheint, dem Zeichen froher Tage,
Das grosse Thal, die Erde sich zu füllen,
Entfernt dagegen ist zur Frühlingszeit die Klage.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli
d: 3ten März 1648.

1
LA PRIMAVERA14

De lejanas alturas desciende el nuevo día,
Despierta de entre las sombras la mañana,
A la humanidad sonríe, engalanada y alegre,
De gozo está la humanidad suavemente penetrada.
Nueva vida desea al porvenir abrirse,
Con flores, señal de alegres días,
Cubrir parece la tierra y el gran valle,
Alejando la Primavera todo signo doloroso.
Humildemente Scardanelli.
3 de Marzo de 1648.
14 (Conservado gracias a F. Braunlin, que lo copió.)

2
AUSSICHT

Der off´ne Tag ist Menschen hell mit Bildern,
Wenn sich das Grün aus ebner Ferne zeiget,
Noch eh' des Abends Licht zur Dämmerung sich neiget,
Und Schimmer sanft den Klang des Tages mildern.
Oft schein die Innerheit der Welt umwölkt, verschlossen.
Des menschen Sinn von Zweifeln voll, verdrossen,
Die prächtige Natur erheitert seine Tage
Und ferne steht des Zweifels dunkle Frage.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
Den 24. März 1671.

2
VISION

Imágenes que la plenitud del día a los hombres muestran,
En el verdor de la llana lejanía,
Antes de que la luz decline en el crepúsculo,
Y la tenue claridad dulcemente serene los sonidos del día.
Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo,
Sin esperanza, lleno de dudas el sentido de los hombres,
Mas el esplendor de la Naturaleza alegra sus días
Y lejana yace la oscura pregunta de la duda.
Humildemente Scardanelli.
24 de Marzo de 1671.

3
DER FRÜHLING

Die Sonne glänzt, es blühen die Gefilde,
Die Tage kommen blüthenreich und milde,
Der Abend blüht hinzu, und helle Tage gehen
Vom Himmel abwärts, wo die Tag' entstehen.
Das Jahr erscheint mit seinen Zeiten
Wie eine Pracht, wo Feste sich verbreiten,
Der Menschen Thätigkeit beginnt mit neuem Ziele,
So sind die Zeichen in der Welt, der Wunder viele.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 April 1839.

3
LA PRIMAVERA

Brilla el sol, florecen los campos,
Floridos y suaves llegan los días,
Hasta el anochecer florece, y claros días
Descienden del cielo, donde los días nacen.
El año brota con sus estaciones
Lleno de gloria, y muchas son las fiestas,
El hacer diario de los hombre nace con nueva meta,
Siendo muchos los signos en el mundo, muchos los prodigios.
Humildemente Scardanelli.
24 de Abril 1839.

4
HOEHERES LEBEN

Der Mensh erwählt sein Leben, sein Beschliessen,
Von Irrtum freí kennt Weisheit er, Gedanken,
Erinnerungen, die in der Welt versanken,
Und nichts kann ihm der innern Werth verdriessen.
Die prächtige Natur verschönet seine Tage,
Der Geist in ihm gewährt ihm neues Trachten
In seinem Innern offt ,und das, die Wahrheit achten,
Und höhern Sinn, und manche seltne Frage.
Dann kann der Mensch des Lebens Sinn auch kennen,
Das Höchste seinem Zwek, das Herrlichste benennen,
Gemäss der Menschheit so des Lebens Welt betrachten,
Und hohen Sinn als höhres Leben achten.
Scardanelli.

4
VIDA MAS ELEVADA15

Su vida escoge el hombre, su objetivo,
Gana libre de error sabiduría, pensamientos,
Recuerdos que perdiéronse en el mundo,
Y nada puede contrariar su valor íntimo.
El esplendor de la Naturaleza embellece sus días,
Otórgale su espíritu nuevas vestiduras
En su interior, y así contempla la verdad,
Y el más alto sentido, y las más singulares preguntas.
Puede así el hombre conocer entonces el sentido de la vida,
Nombrar su meta lo más alto, lo más elevado,
Saber que uno es el sentido de la humanidad y de la vida,
Considerar que el más alto sentido es la más noble vida.
Scardanelli.
15 (Christoph Schwab escribe el 21-1-1841 en su diario: «Hoy de nuevo estuve con él para recoger
algunos poemas que había hecho. Eran dos, y estaban sin firma. La hija de Zimmer me dijo que debía
rogarle que pusiera su firma. Entré y lo hice; entonces se enfureció y anduvo de acá para allá por la
habitación, cogió la silla y tan pronto la ponía aquí como allí con violencia, gritaba palabras
incomprensibles, entre las que sólo pronunciaba con claridad "me llamo Scardanelli"; por fin se sentó
y en su exasperación escribió el nombre de Scardanelli».)

5
HOEHERE MENSCHHEIT

Den Menschen ist der Sinn ins Innere gegeben
Dass sie als anerkannt das Bessre wählen,
Es gilt als Ziel, es ist das wahre Leben,
Von dem sich geistiger des Lebens Jahre zählen.
Scardanelli.

5
HUMANIDAD MAS ELEVADA16

Otorgado en su interior es a los hombres el sentido
Hacia lo mejor él ha de guiarlos,
Esa es la meta, la verdadera vida.
Ante la cual más espiritualmente los años van contando.
Scardanelli.
16 (Christoph Schwab lo fecha el 20 de enero de 1841. Es sin duda el otro poema al que alude en el
fragmento del diario de la página anterior.)

6
DES GEISTES WERDEN...

Des Geistes Werden ist den Menschen nicht verborgen,
Und wie das Leben ist, das Menschen sich gefunden,
Es ist des Lebens Tag, es ist des Lebens Morgen,
Wie Reichtum sind des Geistes hohe Stunden.
Wie die Natur sich dazu herrlich findet,
Ist, dass der Mensch nach solcher Freude schauet,
Wie er dem Tage sich, dem Leben sich vertrauet,
Wie er mit sich den Bund des Geistes bindet.

6
EL SER DEL ESPÍRITU

No se oculta a los hombres el ser del Espíritu,
Y tal como la vida, la que los hombres encontraron,
Así el día de la vida, la mañana de la vida,
Como riqueza son las altas horas del Espíritu.
Que así de soberbia la Naturaleza se muestre
Es para que el hombre contemple semejante gozo,
Y al día, a la vida se confíe,
Anudando así su lazo con el Espíritu.

7
DER FRÜHLING

Der Mensch vergisst die Sorgen aus dem Geiste,
Der Frühling aber blüh't, und prächtig ist das Meiste,
Das grüne Feld ist herrlich ausgebreitet
Da glänzend schön der Bach hinuntergleilet.
Die Berge stehn bedeket mit den Bäumen,
Und herrlich ist die Luft in offnen Räumen,
Das weite Thal ist in der Welt gedehnet
Und Thurm und Haus an Hügeln angelehnet.
Mit Unterthänigkeit
Scardanelli.

7
LA PRIMAVERA

Olvida el hombre las aflicciones del espíritu,
Pues florece la Primavera, y casi todo es radiante,
El campo verde maravilloso se extiende
Y por él brilla bajando la hermosura de un arroyo.
De árboles cubiertos se levantan los montes,
Y en los abiertos espacios el aire es maravilla,
El amplio valle se extiende por el mundo
Y torre y casa se recuestan en las colinas.
Humildemente
Scardanelli.

8
DER SOMMER

Wenn dann vorbei des Frühlings Blüthe schwindet,
So ist der Sommer da, der um das Jahr sich windet.
Und wie der Bach das Thal hinuntergleitet,
So ist der Berge Pracht darum verbreitet.
Dass sich das Feld mit Pracht am meisten zeiget,
Ist, wie der Tag, der sich zum Abend neiget;
Wie so das Jahr verweilt, so sind des Sommers Studen
Und Bilder der Natur dem Menschen oft verschwunden.
Scardanelli.
24 Mai 1778.

8
EL VERANO17

Cuando se desvanecen las flores de la Primavera
Llega el Verano trenzándose alrededor del año.
Y como por el valle desciende el riachuelo,
Así en derredor la magnificencia de los montes.
Que se muestren los campos en todo su esplendor,
Es como el día, cuando hacia el crepúsculo se inclina;
Como el año demorándose, así las horas del Verano
Y las imágenes de la Naturaleza a menudo desvanecidas para los hombres.
Scardanelli.
24 de Mayo1778.
17 (Schwab fecha este poema en 1841, pero podríamos inclinarnos a considerarlo parte de la cosecha de
1839.)

9
DER WINTER

Wenn bleicher Schnee verschönert die Gefilde,
Und hoher Glanz auf weiter Ebne blinkt,
So reizt der Sommer fern, und milde
Naht sich der Frühling oft, indess die Stunde sinkt.
Die prächtige Erscheinung ist, die Luft ist feiner,
Der Wald ist hell, es geht der Menschen keiner
Auf Strassen, die zu sehr entlegen sind, die Stille machet
Erhabenheit, wie dennoch alles lachet.
Der Frühling scheint nicht mit der Blüthen Schimmer
Dem Menschen so gefallend, aber Sterne
Sind an dem Himmel hell, man siehet gerne
Den Himmel fern, der ändert fast sich nimmer.
Die Ströme sind, wie Ebnen, die Gebilde
Sind, auch zerstreut, erscheinender, die Milde
Des Lebens dauert fort, der Städte Breite
Erscheint besonders gut auf ungemessner Weite.

9
EL INVIERNO

Cuando pálida nieve embellece los campos,
Y un alto resplandor la inmensa llanura ilumina,
Seduce el Verano que pasó, y delicadamente
Se acerca la Primavera mientras la hora declina.
Espléndida aparición, el aire es más puro,
Claro está el bosque, ningún hombre
Camina por las calles, ya tan lejanas, y el silencio
Se hace majestuoso y todo ríe.
No resplandece aún la Primavera con la luz de las flores
Que tanto aman los hombres, pero estrellas
Claras hay en el cielo y bello es contemplar
El cielo tan lejano, que rara vez se turba.
Como llanuras son los ríos, las imágenes,
Aunque desvanecidas, más notable, la placidez
De la vida perdura, la grandeza de las ciudades
Con especial bondad se aprecia en la ilimitada lejanía.

10
WINTER

Wenn sich das Laub auf Ebnen weit verloren.
So fällt das Weiss herunter auf die Thale,
Doch glänzend ist der Tag vom hohen Sonnenstrale,
Es glänzt das Fest den Städten aus den Thoren.
Es ist die Ruhe der Natur, des Feldes Schweigen
Its wie des Menschen Geistigkeit, und höher zeigen
Die Unterschiede sich, dass sich zu hohem Bilde
Sich zeiget die Natur, statt mit des Frühlings Milde.
d. 25 Dezember 1841.
Dero unterthänigster Scardanelli.

10
INVIERNO

Cuando ya tanto hace que se perdieron las hojas en la llanura,
Sobre los valles cae la nieve,
Mas el día resplandece con un alto rayo solar,
Por las puertas de las ciudades la fiesta resplandece.
Es el reposo de la Naturaleza, y el silencio de los campos
Parece el humano reino del espíritu, y más altas se muestran
Las diferencias, como si la Naturaleza su alta imagen
Mostrase, y no ya su dulzura de Primavera.
25 Diciembre 1841. Vuestro
muy humilde servidor Scardanelli.

11
DER WINTER

Das Feld ist kahl, auf ferner Höhe glänzet
Der blaue Himmel nur, und wie die Pfade gehen
Erscheinet die Natur, als Einerlei, das Wehen
Ist frisch, und die Natur von Helle nur umkränzet.
Der Erde Stund ist sichtbar von dem Himmel
Den ganzen Tag, in heller Nacht umgeben
Wenn hoch erscheint von Sternen das Gewimmel,
Und geistiger das weit gedehnte Leben.

11
EL INVIERNO18

El campo está desnudo, en la alta lejanía sólo brilla
El cielo azul, y como el perderse de senderos
Muéstrase la Naturaleza, idéntica, los vientos
Son frescos, y de claridad la Naturaleza se corona.
A esa hora ver es posible desde el cielo
La amplitud del día, por noche clara circundado
Cuando en lo alto las estrellas aparecen,
Y más espiritual la vida que se expande.
18 (Schwab fecha este poema en 1842.)

12
DER SOMMER

Noch ist die Zeit des Jahrs zu sehn, und die Gefilde
Des Sommers stehn in ihrem Glanz, in ihrer Milde;
Des Feldes Grün ist prächtig ausgebreitet,
Allwo der Bach hinab mit Wellen gleitet.
So zieht der Tag hinaus durch Berg und Thale,
Mit seiner Unaufhaltsamkeit und seinem Strale,
Und Wolken ziehn in Ruh', in hohen Räumen,
Es scheint das Jahr mit Herrlichkeit zu säumen.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
9ten Merz 1940.

12
EL VERANO19

La estación aún se ofrece a las miradas, y los campos
Del Verano estallan en todo su esplendor;
Su verdor fastuosamente se despliega,
Y a través suyo el riachuelo sus olas precipita.
Así entre montes y valle el día extiéndese
Con su resplandeciente fuerza irresistible,
Y las nubes pasan en silencio, por los altos espacios.
Como si el año con majestad se demorara.
Humildemente Scardanelli.
9 de Marzo 1940.
19 (Schwab fecha este poema el 9 de marzo de 1842.)

13
DER FRÜHLING

Wenn neu das Licht der Erde sich gezeiget,
Von Frühlingsreegen gläntz das grüne Thal und munter
Der Blüthen Weiss am hellen Strom hinunter,
Nachdem ein heitrer Tag zu Menschen sich geneiget.
Die Sichtbarkeit gewinnt von hellen Unterschieden,
Der Frühlingshimmel weilt mit seinem Frieden,
Dass ungestört der Mensch des Jahres Reiz betrachtet,
Und auf Vollkommenheit des Lebens achtet.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 15 Merz 1842.

13
LA PRIMAVERA

Cuando nueva es la luz de la tierra,
El verde valle deslumbra con la lluvia de Primavera
La blancura de las flores en la clara corriente desciende alegre,
Un día sereno para los hombres declina.
La visión gana en matices de claridad,
En paz permanece el cielo de Primavera,
Para que el hombre contemple en calma el atractivo del año,
Y de la perfección de la vida se dé cuenta.
Humildemente Scardanelli.
15 de Marzo 1842.

14
WENN AUS DER FERNE...

Wenn aus der Ferne, da wir geschieden sind,
Ich dir noch kennbar bin, die Vergangenheit
O du Theilhaber meiner Leiden!
Einiges Gute bezeichnen dir kann,
So sage, wie erwartet die Freundin dich?
In jenen Gärten, da nach entsezlicher
Und dunkler Zeit wir uns gefunden?
Hier an den Strömen der heilgen Urwelt.
Das muss ich sagen, einiges Gutes war
In deinen Bliken, als in den Fernen du
Dich einmal fröhlich umgesehen
Immer verschlossener Mensch, mit finstrem
Aussehn. Wie flossen Stunden dahin, wie still
War meine Seele über der Wahrheit dass
Ich so getrennt gewesen wäre?
Ja! ich gestand es, ich war die deine.
Wahrhafftig! wie du alles Bekannte mir
In mein Gedächtniss bringen und schreiben willst,
Mit Briefen, so ergeht es mir auch
Dass ich Vergangenes alles sage.
Wars Frühling? war es Sommer? die Nachtigall
Mit süssem Liede lebt mit Vögeln, die
Nicht ferne waren im Gebüsche
Und mit Gerüchen umgaben Bäum' uns.
Die klaren Gänge, niedres Gesträuch und Sand
Auf dem wir traten, machten erfreulicher
Und lieblicher die Hyacinthe
Oder die Tulpe, Viole, Nelke.
Um Wänd und Mauern grünte der Epheu, grünt'
Ein seelig Dunkel hoher Alleeen. Offt
Des Abends, Morgens waren dort wir
Redeten manches und sahn uns froh an.
In meinen Armen lebte der Jüngling auf,
Der, noch verlassen, aus den Gefilden kam,
Die er mir wies, mit einer Schwermuth,
Aber die Nahmen der seltnen Orte.
Und alles Schöne hatt' er behalten, das
An seeligen Gestaden, auch mir sehr werth
Im heimatlichen lande blühet
Oder verborgen, aus hoher Aussicht,
Allwo das Meer auch einer beschauen kann,
Doch keiner seyn will. Nehme vorlieb, und denk
An die, die noch vergnügt ist, darum,
Weil der entzükende Tag uns anschien,
Der mit Geständmiss oder der Hände Druk
Anhub, der uns vereinet. Ach! wehe mir!
Es waren schöne Tage. Aber
Traurige Dämmerung folgte nachher.
Du seiest so allein in der schönen Welt
Behauptest du mir immer, Geliebter! das
Weist aber du nicht...

14
SI DESDE LEJOS...20

Si desde lejos, aunque separados.
Me reconoces todavía, y el pasado,
—¡Oh tú, partícipe de mis penas!—
Significa algo hermoso para ti,
Entonces dime, ¿cómo tu amada espera?
¿En aquel jardín donde nos encontramos
Después de un tiempo terrible y oscuro?
Aquí en los ríos del mundo sagrado.
He de admitirlo, había algo hermoso
En tu mirada, cuando desde lejos
Alegre volviste tu cabeza,
Hombre siempre reservado, de sombrío
Aspecto. ¿Cómo pasaron las horas, cómo
Mi alma pudo estar serena
Ante la verdad de la separación?
¡Sí!, confieso que fui tuya.
¡Es cierto! Me traes a la memoria
Cuanto ya sé y lo escribes
En tus cartas, también
Yo recordaré el pasado.
¿Era primavera? ¿Era verano? El ruiseñor
Entonaba su dulce canto entre pájaros
De arbustos cercanos
Y con sus aromas los árboles nos envolvían.
20 (En el manuscrito encontramos el poema precedido de fragmentos de Hiperión. Es una oda alcaica,
probablemente de los primeros momentos de la locura. Habla Diótima.)
Los claros caminos, el matorral, y la arena
Sobre la que caminábamos, tornaban más alegres
Y dulces los jacintos
O los tulipanes, el clavel, la violeta.
Entre paredes y murallas verdeaba la hiedra, verdeaba
Una sacra oscuridad de altas alamedas. Tantas
Noches, tantas mañanas allí estuvimos
Hablando de cualquier cosa y mirándonos con gozo.
Resucitaba en mis brazos el joven
Que perdido llegó de los campos,
El que con melancolía me hizo contemplarlos,
Hasta guardar los nombres
De aquellos lugares que tanto amó,
La belleza que sobre la tierra patria florece
O se oculta en sagradas orillas, y desde lo alto
Contemplar es posible hasta donde el mar se pierde
Y nadie quiere estar. Alégrate y piensa
En la que todavía se complace
Porque para nosotros brilló el radiante día,
El que con declaraciones comenzara, entrelazando
Las manos, uniéndonos. ¡Ay de mí!
Fueron hermosos días. Pero
Una triste oscuridad llegó tras ellos.
¡Que muy solo te encuentras en el hermoso mundo
Siempre me aseguras, amado mío!
Mas no sabes...

15
DER SOMMER

Das Erntefeld erscheint, auf Höhen schimmert
Der hellen Wolke Pracht, indess am weiten Himmel
In stiller Nacht die Zahl der Sterne flimmert,
Gross ist und weit von Wolken das Gewimmel.
Die Pfade gehn entfernter hin, der Menschen Leben
Es zeiget sich auf Meeren unverborgen,
Der Sonne Tag ist zu der Menschen Streben
Ein hohes Bild, und golden glänzt der Morgen.
Mit neuen Farben ist geschmückt der Gärten Breite,
Der Mensch verwundert sich, dass sein Bemühn gelinget,
Was er mit Tugend schafft, und was er hoch vollbringet,
Es steht mit der Vergangenheit in prächtigem Geleite.

15
EL VERANO21

Sembrado aparece el campo, en las alturas centellea
La majestad de las brillantes nubes, y por el ancho cielo
Las estrellas relucen en la serena noche,
A través de las grandes nubes, en amplio conjunto.
Los senderos llevan lejos, la vida de los hombres
Muéstrase al descubierto como sobre un mar,
Alto el sol ilumina el trabajo de los hombres,
Noble imagen, y áurea brilla la mañana.
Con nuevos colores los jardines se engalanan,
Maravillado está el hombre ante su esfuerzo que fructifica,
Y cuanto con virtud crea, y con perfección lleva a cabo,
Al pasado se une como soberbio séquito.
21 (Este poema fue regalado al estudiante de Teología Albert Diefentach, en diciembre de 1837.)

16
DER HERBST

Die Sagen, die der Erde sich entfernen,
Vom Geiste, der gewesen ist und wiederkehret,
Sie kehren zu der Menschheit sich, und vieles lernen
Wir aus der Zeit, die eilends sich verzehret,
Die Bilder der Vergangenheit sind nicht verlassen
Von der Natur, als wie die Tag' verblassen
Im hohen Sommer, kehrt der Herbst zur Erde nieder,
Der Geist der Schauer findet sich am Himmel wieder.
In kurzer Zeit hat vieles sich geendet,
Der Landmann, der am Pfluge sich gezeiget,
Er siehet, wie das Jahr sich frohem Ende neiget,
In solchen Bildern ist des Menschen Tag vollendet.
Der Erde Rund mit Felsen ausgezieret
Ist wie die Wolke nicht, die Abends sich verlieret,
Es zeiget sich mit einem goldnen Tage,
Und die Vollkommenheit ist ohne Klage.

16
EL OTOÑO22

Se pierden en la tierra las leyendas
Del espíritu que fue y retorna,
Vuelven a la humanidad y mucho aprendemos
De ese tiempo tan aprisa consumido.
Las imágenes del pasado no mueren
En la Naturaleza, y al palidecer los días
En el cénit del Verano, vuelve a la tierra el Otoño
Y el espíritu de las lluvias renace por el cielo.
Cuánto en tan corto plazo se ha cumplido.
El labrador, unido a su arado,
Ve cómo el año hacia un final alegre inclínase,
Y bajo tales imágenes el día del hombre se consuma.
La ancha tierra de murallas de piedra guarnecida
No es esa nube que al anochecer se pierde.
Como un dorado día se muestra,
Y tal perfección no admite reproche alguno.
22 (Fecha Schwab: 16 de septiembre de 1837.)

17
DER RUHM

Es knüpft an Gott der Wohllaut, der geleitet
Ein sehr berühmtes Ohr, denn wunderbar
Ist ein berühmtes Leben gross und klar,
Es geht der Mensch zu Fusse oder reitet.
Der Erde Freuden, Freundlichkeit und Güter,
Der Garten, Baum, der Weinberg mit dem Hüter,
Sie scheinen mir ein Wiederglanz des Himmels,
Gewähret von dem Geist den Söhnen des Gewimmels.
Wenn Einer ist mit Gütern reich beglüket,
Wenn Obst den Garten ihm, und Gold ausschmüket
Die Wohnung und das Haus, was mag er haben
Noch mehr in dieser Welt, sein Herz zu laben?

17
LA GLORIA23

La Armonía con Dios está enlazada, acompañando
A un oído glorioso, pues asombrosa
Es la gloria de la vida, inmensa y clara,
Goce o no el hombre la fortuna24.
Las alegrías de esta tierra, la amistad, los bienes,
El jardín, el árbol, el viñedo, en todo veo
Del celestial resplandor la imagen,
Y es el Espíritu quien a los hijos de este mundo lo regala.
Cuando con largueza la fortuna a alguien sonríe,
Cuando la fruta su jardín adorna, y cubre el oro
Su habitación y su hogar, ¿qué más puede querer
En este mundo para el deleite de su corazón?
23 (Fechado por Mayer en enero de 1811.)
24 Literal: Vaya el hombre a pie o cabalgue.

18
DER FRÜHLING

Wie selig ist's zu sehn, wenn Stunden wieder tagen,
Wo sich vergnügt der Mensch umsieht in den Gefielden
Wenn Menschen sich um das Befinden fragen,
Wenn Menschen sich zum frohen Leben bilden.
Wie sich der Himmel wölbt, und auseinander dehnet,
So ist die Freude dann an Ebnen und in Freien,
Wenn sich das Herz nach neuem Leben sehnet,
Die Vögel singen, zum Gesange schreien.
Der Mensch, der offt sein Inneres gefraget,
Spricht von dem Leben dann, aus dem die Rede gehet,
Wenn nicht der Gram an einer Seele naget
Und froh der Mann vor seinen Giitern stehet.
Wenn eine Wohnung prangt, in hoher Luft gebauet,
So hat der Mensch das Feld geräumiger und Wege
Sind weit hinaus, dass Einer um sich schauet,
Und über einen Bach gehen wohlgebaute Stege.

18
LA PRIMAVERA25

Plena es el alma que puede sentir de nuevo esas horas,
Cuando el hombre feliz contempla los campos,
Y todos se preguntan cómo podrían
A los placeres de la vida abrirse.
Como la bóveda del cielo, que abre su inmensidad.
Así es entonces la alegría de los valles libres.
El corazón aspira la nueva vida,
Los pájaros cantan, transformándose en melodía sus gemidos.
El hombre que frecuentemente las más hondas preguntas se hace
Habla entonces de esa vida de la que la palabra nace
Sin que el dolor le muerda en el alma,
Y dichoso su hacienda vigila.
Su morada resplandece, bajo los altos vientos.
El más vasto campo se rinde al hombre y los caminos
Lejos se pierden más allá de la mirada,
Y arrasados puentes cruzan sobre el río.
25 (Podemos fechar este poema como anterior a 1832.)

19
DER SPAZIERGANG

Ihr Wälder schön an der Seite,
Am grünen Abhang gemahlt,
Wo ich umher mich leite,
Durch susse Ruhe bezahlt
Für jeden Stachel im Herzen,
Wenn dunkel mir ist der Sinn,
Den Kunst und Sinnen hat Schmerzen
Gekostet von Anbeginn.
Ihr lieblichen Bilder im Thale,
Zum Beispiel Gärten und Baum,
Und dann der Steg der schmale,
Der Bach zu sehen kaum,
Wie schön aus heiterer Ferne
Glänzt Einem das herrliche Bild
Der Landschaft, die ich gerne
Besuch' in Witterung mild.
Die Gottheit freundlich geleitet
Uns erstlich mit Blau,
Hernach mit Wolken bereitet,
Gebildet wölbig und grau,
Mit sengenden Blizen und Rollen
Des Donners, mit Reiz des Gefilds,
Mit Schönheit, die gequollen
Vom Quell ursprünglichen Bilds.

19
EL PASEO

Hermosos bosques que cubren la ladera,
En la verde pendiente dibujados,
Por cuyas sendas me guío,
Calmado en mi corazón
Dulcemente cada espina
Cuando más oscuro es el sentido
Del dolor del pensamiento y del Arte
Que desde tan antiguo en mí pesan.
Deliciosas imágenes del valle,
Jardines, árboles,
Estrecho puentecillo,
Arroyo que apenas puedo ver,
Qué hermoso en la despejada lejanía
Brilla el soberbio cuadro
De este paisaje que amorosamente
Visito, cuando el tiempo es benigno.
Dulcemente la divinidad nos lleva
Hacia el azul primero,
Luego con nubes dispone
La enorme y cenicienta bóveda,
Y abrasadores rayos y estruendo
De relámpagos, con embeleso de los campos,
Con belleza unida
A la fuente de la primitiva imagen.

20
DER KIRCHHOF

Du stiller Ort, der grünt mit jungem Grase,
Da liegen Mann und Frau, und Kreuze stehn,
Wohin hinaus geleitet Freunde gehn,
Wo Fenster sind glänzend mit hellem Glase.
Wenn glänzt an dir des Himmels hohe Leuchte
Des Mittags, wann der Frühling dort oft weilt,
Wenn geistige Wolke dort, die graue, feuchte
Wenn sanft der Tag vorbei mit Schönheit eilt!
Wie still ist's nicht an jener grauen Mauer,
Wo drüber her ein Baum mit Früchten hängt;
Mit schwarzen thauigen, und Laub voll Trauer,
Die Früchte aber sind sehr schön gedrängt.
Dart in der Kirch' ist eine dunkle Stille
Und der Altar ist auch in dieser Nacht geringe,
Noch sind darin einige schöne Dinge,
Im Sommer aber singt auf Feldern manche Grille.
Wenn Einer dort Reden des Pfarrherrn hört,
Indess die Schaar der Freunden steht daneben,
Die mit dem Todten sind, welch eignes Leben
Und welcher Geist, und fromm seyn ungestört.

20
EL CEMENTERIO

Pacífico lugar donde la joven hierba verdea,
Donde hombre y mujer yacen y las cruces se elevan,
Donde son conducidos los amigos,
Donde claro cristal relumbra en las ventanas.
Desde el alto resplandor del cielo
De mediodía, hasta la Primavera que en tu silencio se demora,
Nubes espirituales, grises y húmedas,
La hermosura del apacible día, todos sobre ti pasan.
Qué paz en este muro gris
Sobre el que cuelgan los frutos de un árbol;
Ramas negras cubiertas de rocío y de duelo,
Pero que sin embargo muestran en sus frutos la belleza.
Reina una oscura paz en la iglesia
Y el altar es esta noche más recogido,
Brillan aún en él los ornamentos26,
Canta un grillo en los campos del Verano.
Cuando se escucha allí hablar al sacerdote,
Junto al grupo de amigos
Que acompañan al muerto. ¡Qué intimidad
Y noble espíritu, que la piedad propician!
26 Literal: Todavía alberga algunas cosas bellas.

21
DAS FROEHLICHE LEBEN

Wenn ich auf die Wiese komme,
Wenn ich auf dem Felde jezt,
Bin ich noch der Zahme, Fromme
Wie von Dornen unverlezt.
Mein Gewand in Winden wehet,
Wie der Geist mir lustig fragt,
Worinn Inneres bestehet.
Bis Auflösung diesem tagt.
O vor diesem sanften Bilde,
Wo die grünen Bäume stehn,
Wie vor einer Schenke Schilde
Kann ich kaum vorübergehn.
Denn die Ruh an stillen Tagen
Dünkt entschieden treflich mir,
Dieses musst du gar nicht fragen,
Wenn ich soll antworten dir.
Aber zu dem schönen Bache
Such' ich einen Lustweg wohl,
Der, als wie in dem Gemache,
Schleicht durch's Ufer wild und hohl,
Wo der Steg darüber gehet,
Geht's den schönen Wald hinauf,
Wo der Wind den Steg umwehet,
Sieht das Auge fröhlich auf.
Droben auf des Hügels Gipfel
Siz' ich manchen Nachmittag,
Wenn der Wind umsaust die Wipfel,
Bei des Thurmes Glokenschlag,
Und Betrachtung giebt dem Herzen
Frieden. wie das Bild auch ist,
Und Beruhigung den Schmerzen,
Welche reimt Vertand und List.
Holde Landschaft! wo die Strasse
Mitten durch sehr eben geht,
Wo der Mond aufsteigt, der blasse,
Wenn der Abendwind entsteht,
Wo die Natur sehr einfältig,
Wo die Berg' erhaben stehn,
Geh'ich heim zulezt, haushältig.
Dort nach goldnem Wein zu sehn.

21
LA VIDA ALBOROZADA

Cuando a la pradera llego,
A través de estos campos,
Bueno y pacífico me siento,
Invulnerable a los espinos.
Mi ropa ondea en el viento,
Y el alegre espíritu busca
Su fondo, hasta
Que hallado lo celebra.
Oh dulce cuadro,
Bajo los verdes árboles.
Que mi paso detiene
Como el letrero de una taberna.
La paz de los tranquilos días
Me parece decididamente excelsa,
Pero no preguntes nada,
Pues yo he de decírtelo.
Hacia el hermoso arroyo
Afanosamente busco una alegre senda,
Hasta que a mis ojos muestra
Su serpentear por la salvaje ribera,
El pequeño puente que airoso lo cruza
Y que al bello bosque asciende;
Donde el viento agita el puente,
Alzo la vista alborozado.
En lo alto de la colina
Algunas tardes a reposar me siento,
Mientras el viento alrededor de las cumbres silba
Y suenan las campanas en la torre,
La contemplación trae la paz a mi corazón
Que unido queda a esa imagen,
Aliviando sus dolores
Más allá de la razón.
¡Paisaje amado! por cuyo centro
Pasa el camino, tan llano,
Y sobre él la pálida luna se eleva
Cuando el viento del anochecer comienza,
Donde más sencilla es la Naturaleza
Y más grandiosas las montañas,
A mi hogar regreso, pleno,
En busca del dorado vino.

22
DEM GNAEDIGSTEN HERRN VON LEBRET

Sie, Edler! sind der Mensch, von dem das Beste sagen
Nicht fälschlich ist, da jeder Mensch es kennet,
Doch die Vollkommenheit enthält verschiedne Fragen,
Wenn schon der Mensch es leicht bezeuget nennet.
Sie aber haben diss, in recht gewohntem Leben,
In der Gewogenheit, von der sich Menschen ehren,
Das ist den Würdigen als wie ein Gut gegeben,
Da viele sich in Noth und Gram verzehren.
So unverlierbar diss, so geht es, hoch zu gelten,
Aus der Gewogenheit; die Menschen leben nimmer
Allein und schlechterdings von ihrem Schein und Schlimmer,
Der Mensch bezeuget diss und Weisheit geht in Welten.

22
AL SEÑOR DE LEBRET27

Usted, ¡noble señor!, hombre de quien
Decir lo mejor es no equivocarse, pues todos ya lo saben.
La perfección entraña tantas preguntas
Que sólo enunciarlas lo atestiguarían.
Usted la tiene en todos los momentos de su vida,
En esa benevolencia que a los hombres honra
Y que a los más dignos como un tesoro les es concedida,
Mientras que otros muchos en penurias y aflicción se consumen.
No pierda nunca esa cualidad nobilísima
Que tan alto lo sitúa; los hombres no viven
Solos y muy pocas veces de ese lujo y ese esplendor
Testimonia el hombre en la sabiduría del Mundo.
27 (Lebrel era un estudíame de Leyes de Augsburg que vivió en casa de Zimmer durante el invierno de
1829-30.)

23
NICHT ALLE TAGE

Nicht alle Tage nennet die schönsten der,
Der sich zurücksehnt unter die Freuden wo
Ihn Freunde liebten, wo die Menschen
Über dem Jüngling mit Gunst verweilten.

23
NO TODOS LOS DÍAS28

No todos los días alcanzan la belleza
Para aquel que añora las alegrías
De los amigos que le amaron, de los hombres
Demorándose con afecto junto al adolescente.
28 (Ernst Zimmer, en su carta del 22 de diciembre 1835 a un desconocido, incluye este poema diciendo
que lo escribió un par de años antes.)

24
DER FRÜHLING

Wenn auf Gefilden neues Entzüken keimt
Und sich die Ansicht wieder verschönt und sich
An Bergen, wo die Bäume grünen,
Hellere Lüfte, Gewölke zeigen,
O! welche Freude haben die Menschen! froh
Gehn an Gestaden Einsame, Ruh und Lust
Und Wonne der Gesundheit blühet,
Freundliches Lachen ist auch nicht ferne.

24
LA PRIMAVERA29

Cuando una delicia nueva nace sobre los campos
Y embellece otra vez su apariencia y
Sobre los montes, donde los árboles verdean,
Aires más claros soplan entre las nubes,
¡Oh qué alegría a los hombres invade! Felices,
Solos por las riberas caminan, en paz y gozo
Y entregados a una salud reverdecida,
No está lejana entonces la amistosa risa.
29 (Estrofa alcaica, característica de los años Oscuros.)

25
DER MENSCH

Wer Gutes ehrt, er macht sich Keinen Schaden,
Er hält sich hoch, er lebt den Menschen nicht vergebens,
Er kennt den Werth, den Nuzzen solchen Lebens,
Er traut dem Bessern sich, er geht auf Seegenspfaden.
Hörderlin.

25
EL HOMBRE

Quien honra el Bien no se causa ningún daño,
Altísimo se guarda, no es vana su existencia,
El valor conoce, el provecho de vida semejante,
En lo mejor confía, por senderos de bendición camina.
Hölderlin.

26
WENN AUS DEM HIMMEL...

Wenn aus dem Himmel hellere Wonne sich
Herabgiesst, eine Freude den Menschen kommt,
Dass sie sich wundern über manches
Sichtbares, Höheres, Angenehmes:
Wie tönet lieblich heilger Gesang dazu!
Wie lacht das Herz in Liedern die Wahrheit an,
Dass Freudigkeit an einem Bildniss—
Über dem Stege beginnen Schaafe
Den Zug, der fast in dämmernde Wälder geht.
Die Wiesen aber, welche mit lautrem Grün
Bedekt sind, sind wie jene Haide,
Welche gewöhnlicher Weise nah ist
Dem dunkeln Walde. Da, auf den Wiesen auch
Verweilen diese Schaafe, die
Gipfel, die Umher sind, nakte Höhen sind mit
Eichen bedeket und seltnen Tannen.
Da, wo des Stromes regsame Wellen sind,
Dass einer, der vorüber des Weges kommt,
Froh hinschaut, da erhebt der Berge
Sanfte Gestalt und der Weinberg hoch sich.
Zwar gehn die Treppen unter den Reben hoch
Herunter, wo der Obstbaum blühend darüber steht
Und Duft an wilde Heken weilet,
Wo die verborgenen Veilchen sprossen;
Gewässer aber rieseln herab, und sanft
Ist hörbar dort ein Rauschen den ganzen Tag;
Die Orte aber in der Gegend
Ruhen und schweigen den Nachmittag durch.

26
CUANDO DEL CIELO30...

Cuando del cielo viene un gozo
Más claro, a los hombres invade la alegría,
Asombrados quedan ante
Lo perceptible, sublime, agradable:
¡Qué dulce suena entonces el canto sagrado!
Cómo sonríe a la verdad el corazón en las canciones,
Otorgando la alegría en una imagen—
Por el sendero empieza a verse un desfile
De ovejas, avanzando hacia los umbrosos bosques.
Los prados que un puro verdor
Cubre, son como aquellas campiñas
Que siempre tan cerca estuvieron
Del oscuro bosque. Allí, sobre sus prados también
pacieron estas ovejas. Los montes que
Los circundaban son desnudas alturas
Cubiertas de encinas y extraños abetos.
Allí, sobre las ágiles olas del río
Que un caminante
Alegre mira, alta se yergue
La apacible figura de la montaña y el viñedo.
Y descienden en terrazas cubiertas de
Cepas, sobre las que florecen los frutales
Y el aroma de los setos silvestres permanece
Donde brotan ocultas las violetas;
Las aguas bajan mansamente, y se
Oye un dulce susurro a lo largo del día;
Las aldeas de la región
Descansan y enmudecen mientras cae la tarde.
30 (Waiblinger afirma que este paisaje era contemplado por Hölderlin desde su ventana. Mörike fecha el
poema en 1824.)

27
DAS ANGENEHME DIESER WELT...

Das Angenehme dieser Welt hab' ich genossen,
Die Jugendstunden sind, wie lang! wie lang! verflossen,
April und Mai und Julius sind ferne,
Ich bin nichts mehr, ich lebe nicht mehr gerne!

27
LAS DELICIAS DE ESTE MUNDO31...

Las delicias de este mundo ya he gozado,
Los días de mi juventud hace tanto, ¡tanto!, que se desvanecieron,
Abril y Mayo y Julio están lejanos,
¡Ya nada soy, ya nada me complace!
31 (August Mayer, en una carta a su hermano Karl de 7 de enero de 1811, le incluye este poema.)

28
AN ZIMMERN

Die Linien des Lebens sind verschieden
Wie Wege sind, und wie der Berge Gränzen.
Was hier wir sind, kan dort ein Gott ergänzen
Mit Harmonien und ewigem Lohn und Frieden.

28
A ZIMMER32

Diversas son las líneas de la vida
Cual sendas y límites de montañas.
Lo que aquí somos, allí un Dios ha de ampliarlo
Con Armonía y eterna paz y recompensa.
32 (Fechado en abril de 1812, a través de una carta de Zimmer a la madre de Hölderlin, donde cuenta la
curiosa gestación de este poema.)

29
AN ZIMMERN

Von einem Menschen sag ich, wenn der ist gut
Und weise, was bedarf er? Ist irgend eins
Das einer Seele gnüget? ist ein Halm, ist
Eine gereifteste Reb' auf Erden
Gewachsen, die ihn nähre? Der Sinn ist dess
Also. Ein Freund ist oft die Geliebte, viel
Die Kunst. O Theurer, dir sag ich die Wahrheit.
Dädalus Geist und des Walds ist deiner.

29
A ZIMMER33

Un hombre, pienso, cuando es bueno
Y sabio, ¿qué más precisa? ¿Hay algo
Que baste a un alma? ¿Ha crecido
Sobre la tierra algún cálamo, algún
Sarmiento en sazón que pueda alimentarlo? Tal es el sentido.
Un amigo es a menudo la amante, y más
El Arte. Oh amadísimo, a ti te digo la verdad.
Tuyo es el genio de Dédalo y del bosque.
33 (Según Mörike, este poema está escrito en 1825.)

30
AUF DEN TOD EINES KINDES

Die Schönheit ist den Kindern eigen,
Ist Gottes Ebenbild vieleicht,—
Ihr Eigentum ist Ruh und Schweigen,
Das Engeln auch zum Lob gereicht.

30
A LA MUERTE DE UN NIÑO34

Pertenece a los niños la belleza,
Como un retrato de Dios tal vez,
—La paz y el silencio son su naturaleza,
Entregada a la alabanza de los ángeles.
34 (En una carta de August Mayer a su hermano Karl, del 7-1-1811, dice: «El pobre Hölderlin quiere
publicar también un almanaque y para ello llena a diario gran cantidad de papeles. Hoy me ha dejado
leer un fascículo entero, del cual quiero anotar algo. Lo que sigue es el bello final de un Lied a la
muerte de un niño».)

31
FREUNDSCHAFT, LIEBE...

Freundschaft, Liebe, Kirch und Heilge, Kreuze, Bilder,
Altar und Kanzel und Musik. Es tönet ihm die Predigt.
Die Kinderlehre scheint nach Tisch ein schlummerdn mussig
Gespräch für Mann und Kind und Jungfraun, fromme Frauen;
Hernach geht er, der Herr, der Burgersmann und Künstler
Auf Feldern froh umher und heimatlichen Auen,
Die Jugend geht bettrachtend auch.

31
AMISTAD, AMOR...

Amistad, amor, iglesia y santos, cruces, imágenes,
Altar y púlpito y música. Se escucha el sermón.
Adoctrina a los niños después de comer con un parloteo que adormece
A hombre y niño y doncella, y piadosas mujeres;
Después irá él, señor, burgués y artista,
Alegre por los campos y las praderas natales,
Mientras los jóvenes marchan meditando también.

32
AUF DIE GEBURT EINES KINDES

Wie wird des Himmels Vater schauen
Mit Freude das erwachs'ne Kind,
Gehend auf blumenreichen Auen,
Mit andern, welche lieb ihm sind.
Indessen freue dich des Lebens,
Aus einer guten Seele kommt
Die Schönheit herrlichen Bestrebens,
Göttlicher Grund dir mehr noch frommt.

32
EN EL NACIMIENTO DE UN NIÑO

Con qué alegría debe mirar
El padre celestial al niño que ha nacido,
Cuando por prados florecidos camine
En compañía de otros, que le son amados.
Alégrate de vivir,
De un alma pura emana
La belleza del anhelo soberbio,
Divina causa de tu mayor beneficio.

33
DER HERBST

Das Glänzen der Natur ist höheres Erscheinen,
Wo sich der Tag mit vielen Freuden endet,
Es ist das Jahr, das sich mit Pracht vollendet,
Wo Früchte sich mit frohem Glanz vereinen.
Das Erdenrund ist so geschmükt, und selten lärmet
Der Schall durchs offne Feld, die Sonne wärmet
Den Tag des Herbstes mild, die Felder stehen
als eine Aussicht weit, die Lüffte wehen
Die Zweig' und Aeste durch mit frohem Rauschen
Wenn schon mit Leere sich die Felder dann vertauschen,
Der ganze Sinn des hellen Bildes lebet
als wie ein Bild, das goldne Pracht umschwebet.
d. 15ten Nov. 1759.

33
EL OTOÑO35

El fulgor de la Naturaleza es la más alta aparición,
Donde pleno de gozo el día termina,
Es el año, que con esplendor se consuma,
Donde alegre brillo y frutos aúnanse.
La superficie del mundo engalanada está, y de tarde en tarde se oye
El sonido a través del campo abierto, el sol calienta
Suave los días del Otoño, los campos parecen
Lejanos en la visión, el aire sopla
Entre troncos y ramas con dulces susurros
Cuando ya los campos en eriales se trocan,
Y todo el sentido de la clara imagen cobra vida
Como un cuadro, rodeado de áureos resplandores.
15 de Noviembre 1759.
35 (Parece ser del 12 de julio de 1842.)

34
DER SOMMER

Im Thale rinnt der Bach, die Berg' an hoher Seite,
Sie grünen weit umher an dieses Thales Breite,
Und Bäume mit dem Laube stehn gebreitet,
Dass fast verborgen dort der Bach hinunter gleitet.
So glänzt darob des schönen Sommers Sonne,
Dass fast zu eilen scheint des hellen Tages Wonne,
Der Abend mit der Frische kommt zu Ende,
Und trachtet, wie er das dem Menschen noch vollende.
mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Mai 1758.

34
EL VERANO36

Fluye el riachuelo por el valle, entre altas montañas
Que hasta muy lejos verdean en la inmensidad de la planicie,
Y extendidos están los árboles con sus hojas,
Tantas que casi ocultan el curso del arroyo.
Alto brilla el magnífico sol del Verano,
Como si apresurase el placer del claro día,
Llegando el anochecer con una fresca brisa,
Que a los hombres invita a consumar el día.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo 1758.
36 (Datado el 13 de julio de 1842 por un visitante anónimo, quizá un estudiante, para el cual Hölderlin
improvisó.)

35
DER SOMMER

Die Tage gehn vorbei mit sanffter Lüffte Rauschen,
Wenn mit der Wolke sie der Felder Pracht vertauschen,
Des Thales Ende trifft der Berge Dämmerungen,
Dort, wo des Stromes Wellen sich hinabgeschlungen.
Der Wälder Schatten sieht umhergebreitet,
Wo auch der Bach entfernt hinuntergleitet,
Und sichtbar ist der Ferne Bild in Stunden,
Wenn sich der Mensch zu diesem Sinn gefunden.
Scardanelli.
d. 24 Mai 1758.

35
EL VERANO

Pasan los días con susurros de apacibles vientos,
Mas cuando sus nubes arrebatan el esplendor de los campos,
El confín de los valles se une al crepúsculo de las montañas,
Allí, donde las olas de la corriente caen confundiéndose.
Alrededor se muestran las sombras de los bosques,
Por ellas se desliza lejano un arroyo,
Y la lejanía ofrécese como un cuadro en las horas,
En las que el hombre a sí mismo se encuentra.
24 de Mayo 1758. Scardanelli

36
DER MENSCH

Wenn aus sich lebt der Mensch und wenn sein Rest sich zeiget,
So ist's als wenn ein Tag sich Tagen unterscheidet,
Dass ausgezeichnet sich der Mensch zum Reste neiget,
Von der Natur getrennt und unbeneidet.
als wie allein ist er im andern weiten Leben,
Wo rings der Frühling grünt, der Sommer freundlich weilet
Bis dass das Jahr im Herbst hinunter eilet,
Und immerdar die Wolken uns umschweben.
d. 28ten Juli 1842. Mit Unterthänigkeit Scardanelli.

36
LOS HOMBRES

Cuando se nutre el hombre de sí mismo y el porvenir contempla,
Es como cuando un día de otros días se diferencia,
Y excelso se inclina el hombre hacia ese porvenir,
Alejado de la Naturaleza y sin envidia.
Como solo en otra enorme vida,
Alrededor de la cual verdéase la Primavera, el Verano alegre se detiene
Hasta que el año rápido desciende hacia el Otoño
Y sin cesar las nubes nos envuelven.
28 de Julio 1842. Humildemente Scardanelli.

37
DER WINTER

Wenn ungesehn und nun vorüber sind die Bilder
Der Jahreszeit, so kommt des Winters Dauer,
Das Feld ist leer, die Ansicht scheinet milder,
Und Stürme wehn umher und Reegenschauer.
als wie ein Ruhetag, so ist des Jahres Ende,
Wie einer Frage Ton, dass dieser sich vollende,
Alsdann erscheint des Frühlings neues Werden,
So glänzet die Natur mit ihrer Pracht auf Erden.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 April 1849.

37
EL INVIERNO37

Apenas sin darnos cuenta pasan las imágenes
Del verano, llegando el largo invierno,
El campo se vacía, todo parece más suave,
Y tormentas y lluvias en torno arrecian.
Como un día de descanso es el fin del año,
Como una pregunta en la que se terminase,
Dando paso a la savia de la Primavera,
Brillando la Naturaleza en su esplendor sobre la tierra.
24 de Abril 1849. Humildemente Scardanelli.
37 (Fechado por mano desconocida: 7 noviembre 1842. Kerner escribe al pie del manuscrito: «Poema de
Hölderlin, de su última época».)

38
DAS GUTE

Wenn Inneres sich bewährt, ist Gutes zu erkennen,
Es ist zu würdigen, von Menschen zu benennen,
Ist anwendbar, wie sehr die Menschen widerstreben,
Es ist zu achten, nützt und ist nötig in dem Leben
Hölderlin.

38
EL BIEN

Cuando lo interior se guarda, claro se muestra el Bien,
Digno de valor, por los hombres nombrado,
Cuánto en tal lucha aprende el hombre,
Cuánto y qué provechoso y necesario para la vida.
Hölderlin.

39
AUSSICHT

Wenn Mensche fröhlich sind, ist dieses vom Gemüte,
Und aus dem Wohlergehn, doch aus dem Felde kommet,
Zu schaun der Bäume Wuchs, die angenehme Blüte,
Da frucht der Ernte noch den Menschen wächst und frommet.
Gebirg umgibt das Feld, vom Himmel hoch entstehet
Die Dämmerung und Luft, der Ebnen sanfte Wege
Sind in den Feldern fern, und über Wasser gehet
Der Mensch zu Oestern dort die kühn erhöhten Stege.
Erinnerung ist auch dem Menschen in den Worten,
Und der Zusammenhang der Menschen gilt die Tage
Des Lebens durch zum Guten in den Orten,
Doch zu sich selber macht der Mensch des Wissens Frage.
Die Aussicht scheint Ermunterung, der Mensch erfreuet
Am Nutzen sich, mit Tagen dann erneuet
Sich sein Geschäft, und um das Gute waltet
Die Vorsicht gut, zu Dank, der nicht veraltet.

39
VISTA PANORÁMICA

El gozo que los hombres manifiestan, de su ánimo brota,
Y del bienestar, y es en el campo donde fórjase,
En la visión del crecimiento de los árboles, la grata floración,
En los frutos de la cosecha que para ellos crece.
Circundan las montañas el campo, del cielo descienden
El crepúsculo y el aire, por la llanura los plácidos caminos
Se pierden lejanos, y sobre el agua marcha
el hombre por altos e intrépidos puentecillos.
Mora el recuerdo en la palabra de los hombres
Y estando unidos encaminan los días
De la vida hacia el Bien sobre esos lugares,
Haciéndose a sí mismo el hombre la pregunta del Saber.
En la visión como un despertar, el hombre se regocija
De tal provecho, con días que renueva
Su trabajo, y al Bien gobierna rectamente
La prudencia, que como acción de gracias, no envejece.

40
DER WINTER

Wenn sich das Jahr geändert, und der Schimmer
Der prächtigen Natur vorüber, blühet nimmer
Der Glanz der Jahreszeit, und schneller eilen
Die Tage dann vorbei, die langsam auch verweilen.
Der Geist des Lebens ist verschieden in den Zeiten
Der lebenden Natur, verschiedne Tage breiten
Das Glänzen aus, und immerneues Wesen
Erscheint den Menschen recht, vorzüglich und erlesen.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Januar 1676.

40
EL INVIERNO38

Cuando el año cambia, y la luz
De la radiante Naturaleza pasa, ya no florece
El resplandor de la estación, y más veloces transcurren
Los días, que también lentamente se demoran.
El espíritu de la vida cambia según los tiempos
De la Naturaleza, diversos días extienden
Su fulgor y un modo de ser eternamente nuevo
Justo parece a los hombres, soberbio y exquisito.
Humildemente Scardanelli.
24 de Enero 1676.
38 (Este poema ha permanecido inédito hasta 1947.)

41
DER WINTER

Wenn sich der Tag des Jahrs hinabgeneiget
Und rings das Feld mit den Gebirgen schweiget,
So glänzt das Blau des Himmels an den Tagen,
Die wie Gestirn in heitrer Höhe ragen.
Der Wechsel und die Pracht ist minder umgebreitet,
Dort, wo ein Strom hinab mit Eile gleitet,
Der Ruhe Geist ist aber in den Stunden
Der prächtigen Natur mit Tiefigkeit verbunden.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Januar 1743.

41
EL INVIERNO39

Cuando los días declinan
Y el campo alrededor guarda silencio con sus montañas.
En tales días brilla el azul del cielo,
Elevándolos como un astro en la altura serena.
El esplendor y el cambio no se muestran tanto
Allí, donde desciende una corriente presurosa.
La paz del espíritu, sin embargo, enlazada está con la lejanía
En esas horas de la magnífica Naturaleza.
Humildemente Scardanelli.
24 de Enero 1743.
39 (Poema encontrado entre los papeles dejados por Uhland.)

42
GRIECHENLAND

Wie Menschen sind, so ist das Leben prächtig,
Die Menschen sind der Natur öfters mächtig,
Das prächt'ge Land ist Menschen nicht verborgen
Mit Reiz erscheint der Abend und der Morgen.
Die offnen Felder sind als in der Erndte Tage
Mit Geistigkeit ist weit umher die alte Sage,
Und neues Leben kommt aus Menschheit wieder
So sinkt das Jahr mit einer Stille nieder.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
Den 24t. Mai 1748.

42
TIERRA DE GRECIA

Esplendorosa es la vida, a la medida de los hombres,
A menudo más radiantes son éstos que la Naturaleza,
No se oculta a los hombres la esplendorosa tierra,
Antes con plenitud se muestran el anochecer y la mañana.
Abiertos están los campos como en los días de la siega,
Con espiritualidad los cubre la vieja Leyenda,
Y al hundirse el año en el silencio
A los hombres entrega nueva vida.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo de 1748.

43
DER FRÜHLING

Der Tag erwacht, und prächtig ist der Himmel,
Entschwunden ist von Sternen das Gewimmel,
Der Mensch empfindet sich, wie er betrachtet,
Der Anbeginn des Jahrs wird hoch geachtet.
Erhaben sind die Berge, wo die Ströme glänzen,
Die Blüthenbäume sind, als wie mit Kränzen,
Das junge Jahr beginnt, als wie mit Festen,
Die Menschen bilden mit Höchsten sich und Besten.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Mai 1748.

43
LA PRIMAVERA40

Despierta el día, esplendoroso está el cielo,
Brillan las estrelladas luminarias,
Mirándolas el hombre a sí mismo se encuentra,
El comienzo del año es altamente contemplado.
Se destacan los montes donde brillan los ríos,
Las florescencias de los árboles son radiantes coronas,
El joven año comienza como con Fiestas,
Formándose los hombres con lo mejor y lo más alto.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo 1748.
40 (Un manuscrito del músico Schnyder lo fecha pocos meses antes de la muerte del poeta.)

44
DER FRÜHLING

Die Sonne kehrt zu neuen Freuden wieder,
Der Tag erscheint mit Stralen, wie die Blüthe,
Die Zierde der Natur erscheint sich dem Gemüthe,
Als wie entstanden sind Gesang und Lieder.
Die neut Welt ist aus der thale Grunde,
Und heiter ist des Frühlings Morgenstunde,
Aus Höhen glänzt der Tag, des Abends Leben
Ist der Betrachtung auch des innern Sinns gegeben.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 20 Jan. 1758.

44
LA PRIMAVERA41

A nuevas alegrías torna el sol,
Con rayos nace el día, como las flores,
El ornato de la Naturaleza a los sentidos aparece,
Como cuando nacen Canto y canción.
En el fondo del valle un nuevo mundo surge,
Apacible es la hora matinal de la Primavera,
El día brilla desde las alturas, la vida del anochecer
Dada nos es para contemplar el íntimo sentido.
Humildemente Scardanelli.
20 de Enero 1758.
41 (F. Braunlin tacha la fecha puesta a lápiz (1758) y pone en su lugar la de 1843, añadiendo: «Escrito en
sus últimos días».)

45
DER FRÜHLING

Wenn aus der Tiefe kommt der Frühling in das Leben,
Es wundert sich der Mensch, und neue Worte streben
Aus Geistigkeit, die Freude kehret wieder
Und festlich machen sich Gesang und Lieder.
Das Leben findet sich aus Harmonie der Zeiten,
Dass immerdar den Sinn Natur und Geist geleiten,
Und die Vollkommenheit ist Eines in dem Geiste,
So findet vieles sich, und aus Natur das Meiste.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Mai 1758.

45
LA PRIMAVERA42

Cuando de lo más hondo viene a la vida el tiempo de la Primavera,
El hombre extráñase, y nuevas palabras surgen
De su espíritu, torna de nuevo la alegría
Y de fiesta se visten Canto y canción.
La vida es en la armonía de las estaciones,
Naturaleza y Espíritu al sentido escoltan,
Y Una es la perfección en el Espíritu,
Así mucho se encuentra, y en la Naturaleza la mayor parte.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo 1758.
42 (Poema escrito para su 73 aniversario, el 20 de marzo de 1843.)

46
DER ZEITGEIST

Die Menschen finden sich in dieser Welt zum Leben,
Wie Jahre sind, wie Zeiten höher streben,
So wie der Wechsel ist, ist übrig vicies Wahre,
Dass Dauer kommt in die verschied'nen Jahre;
Vollkommenheit vereint sich so in diesem Leben,
Dass diesem sich bequemt der Menschen edles Streben.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
24. Mai 1748.

46
EL ESPÍRITU DEL TIEMPO43

La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más alto avanzan,
Así como el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo de 1748
43 (I. G. Fischer afirma que visitando a Hörderlin en Tübingen (la última visita) en abril de 1843, le pidió
al poeta que le escribiera unos versos, Hölderlin le preguntó sobre el tema: «Lo que Vuestra Santidad
desee... ¿He de escribir sobre Grecia, sobre la Primavera o sobre el Espíritu del Tiempo?». Fischer le
sugirió lo último. Hölderlin se sentó y tomó la pluma.)

47
FREUNDSCHAFFT

Wenn Menschen sich aus innrem Werthe kennen,
So können sie sich freudig Freuden nennen,
Das Leben ist den Menschen so bekannter,
Sie finden es im Geist interessanter.
Der hohe Geist ist nicht der Freundschafft ferne,
Die Menschen sind den Harmonien gerne
Und der Vertrautheit hold, dass sie der Bildung leben,
Auch dieses ist der Menschheit so gegeben.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 20 Mai 1758.

47
AMISTAD

Cuando conócense los hombres por su valor interno
Pueden con alegría llamarse amigos,
Pues la vida es algo ya tan sabido para ellos
Que sólo en el Espíritu más alta encontrarla pueden.
El Espíritu noble no es a la amistad ajeno,
Los hombres gustan de las armonías
Y a la confianza se sienten inclinados, viviendo para conocer.
También a la Humanidad esto le fue otorgado.
Humildemente Scardanelli.
20 de Mayo 1758.

48
DIE ZUFRIEDENHEIT

Wenn aus dem Leben kann ein Mensch sich finden,
Und das begreifen, wie das Leben sich empfindet,
So ist es gut; wer aus Gefahr sich windet,
Ist wie ein Mensch, der kommt aus Sturm' und Winden.
Doch besser ists, die Schönheit auch zu kennen,
Einrichtung, die Erhabenheit des ganzen Lebens,
Wenn Freude kommt aus Mühe des Bestrebens,
Und wie die Güter all' in dieser Zeit sich nennen.
Der Baum, der grünt, die Gipfel von Gezweigen,
Die Blumen, die des Stammes Rind' umgeben,
Sind aus der göttlichen Natur, sie sind ein Leben,
Weil über dieses sich des Himmels Lüfte neigen.
Wenn aber mich neugier'ge Menschen fragen,
Was dieses sei, sich für Empfindung wagen,
Was die Bestimmung sei, das Höchste, das Gewinnen,
So sag’ ich, das ist es, das Leben, wie das Sinnen.
Wen die Natur gewöhnlich, ruhig machet,
Er mahnet mich, den Menschen froh zu leben,
Warum? die Klarheit ist's, vor der auch Weise beben,
Die Freudigkeit ist schön, wenn alles scherzt und lachet.
Der Männer Ernst, der Sieg und die Gefahren,
Sie kommen aus Gebildetheit, und aus Gewahren,
Es geb' ein Ziel; das Hohe von den Besten
Erkennt sich an dem Seyn, und schönen Überresten.
Sie selber aber sind, wie Auserwählte,
Von ihnen ist das Neue, das Erzählte,
Die Wirklichkeit der Thaten geht nicht unter,
Wie Sterne glänzen, giebts ein Leben gross und munter.
Das Leben ist aus Thaten und verwegen,
Ein hohes Ziel, gehaltener's Bewegen,
Der Gang und Schritt, doch Seeligkeit aus Tugend
Und grosser Ernst, und dennoch lautre Jugend.
Die Reu, und die Vergangenheit in diesem Leben
Sind ein verschiednes Seyn, die Eine glüket
Zu Ruhm und Ruh', und allem, was entrüket,
Zu hohen Regionen, die gegeben;
Die Andre führt zu Quaal, und bittern Schmerzen
Wenn Menschen untergehn, die mit dem Leben scherzen,
Und das Gebild' und Antliz sich verwandelt
Von Einem, der nicht gut und schön gehandelt.
Die Sichtbarkeit lebendiger Gestalt, das Währen
In dieser Zeit, wie Menschen sich ernähren,
Ist fast ein Zwist, der lebet der Empfindung,
Der andre strebt nach Mühen und Erfindung.

48
LA SATISFACCIÓN

Cuando ya más allá de todo un hombre
Contempla y entiende el curso de la vida,
Ser feliz logra; mas aquel que ante los peligros tiembla
Es como un hombre que por vientos y tempestades fuera dominado.
Mejor es conocer la belleza,
Sublime creación de la vida.
Cuando de lo más hondo de los afanes nace el gozo
Y cuantos bienes hoy pueden desearse.
El árbol que verdea, las cumbres del ramaje,
Las flores que rodean la corteza del tronco,
Naturaleza divina son y vida
Al inclinarse sobre ellos los aires del cielo.
Mas cuando curiosos los hombres me preguntan
lo que aquello es, qué sentimiento aventurado,
Qué destino, qué cénit o qué premio,
Yo les contesto, ésa es la vida y ése el pensamiento.
A otros la Naturaleza de ordinario sosiega,
Pero a mí me insta ante la posibilidad de una vida gozosa,
Esa claridad ante la cual hasta los sabios se estremecen,
Ese gozo hermosísimo, cuando ya todo es alegría.
El rigor de los hombres, la victoria y los peligros,
Origen tienen en lo aprendido y en la seguridad
De que existe una meta; aquello que sobre todo es sublime
Se reconoce en el ser y en los hermosos restos.
Ellos mismos son como elegidos,
De ellos es lo nuevo, lo narrado,
La verdad de los hechos no perece,
Y como las brillantes estrellas, una vida alegre y grande existe.
La vida es acción, y es audaz,
Alto su objetivo, su movimiento contenido,
Avanza, la bondad está hecha de virtud
Y gran rigor, llena de la juventud más pura.
El arrepentimiento y el pasado en esta vida
Son diferentes. Uno logra
Gloria y paz y todo cuanto eleva
A las altas regiones otorgadas;
El otro es la congoja y los más amargos sufrimientos
En la muerte de esos hombres que con la vida bromeaban.
Y la imagen y el semblante cambian
En aquel que no amó ni el bien ni la belleza.
La evidencia de un cuerpo viviente, perdurar
En este tiempo, tal como los hombres ansían,
Querella fuese, pues éste del sentimiento nútrese,
E inclinado aquel se siente por la creación y el esfuerzo.
49
DIE AUSSICHT

Wenn in die Ferne geht der Menschen wohnend Leben,
Wo in die Ferne sich erglänzt die Zeit der Reben,
Ist auch dabei des Sommers leer Gefilde,
Der Wald ercheint mit seinem dunklen Bilde.
Dass die Natur ergänzt das Bild der Zeiten,
Dass die verweilt, sie schnell vorübergleiten,
Ist aus Vollkommenheit, des Himmels Höhe glänzet
Den Menschen dann, wie Bäume Blüth' umkränzet.
Mit Unterthänigkeit Scardanelli.
d. 24 Mai 1748.

49
LA VISION

Cuando la vida de los hombres va perdiéndose,
Como una lejanía donde resplandeciera el tiempo de los sarmientos,
Vacía contémplase la campiña del Verano,
Con oscura imagen el bosque aparece.
Que la Naturaleza termine la imagen de los tiempos,
Que se demore, hasta alcanzar
La perfección, y que la cima de los cielos
Para los hombres brille, como árboles de flores estallantes.
Humildemente Scardanelli.
24 de Mayo 1748.